Por estos días, con toda justeza, recordamos a Juan Carlos Finlay y Barres, conocido como Carlos J. Finlay, pues así estampaba su firma este benefactor de la humanidad. Hombre modesto, altruista y perseverante, falleció a las 5 y 45 de la tarde del 20 de agosto de 1915, según el certificado de defunción expedido por su médico de cabecera, el doctor Alberto Díaz Albertini.
El descubridor indiscutible y probado del agente transmisor de la fiebre amarilla (la hembra del mosquito Aedes Aeyipti), había nacido en la ciudad de Camagüey, hijo de padre escocés y madre francesa, el 3 de diciembre de 1833.
Finlay resultó un cubano por los cuatro costados. Aunque fue educado a partir de los 11 años en Inglaterra y Francia, el transcurso de su niñez temprana en haciendas campestres de La Habana marcaría su vida.
Cursó la carrera de medicina y comenzó su actividad profesional junto a su padre. Después continuó el camino de la investigación para la cual había desarrollado habilidades; y su contribución fundamental fue en el campo de la Epidemiología.
Su casa en la barriada habanera del Cerro fue el sitio escogido para instalar el laboratorio donde desarrolló sus más importantes investigaciones, especialmente sobre la fiebre amarilla enfermedad que constituía un serio problema de salud mundial.
Propuesto al Premio Nobel de Medicina en 1904 y 1912, en ambas oportunidades la posición de los norteamericanos favorable a otros candidatos, impidió los deseos de prestigiosos científicos del mundo de enaltecer el trabajo del cubano. Alguna vez Finlay expresaría: “Lo siento por Cuba; hubiera sido la primera vez que nuestro país tuviera este lauro internacional, dándome la oportunidad de probar mi cariño de hijo que ama a su patria”.
En su honor, la fecha de su nacimiento, 3 de diciembre, fue designada para conmemorar el Día de la Medicina Latinoamericana.
Actualmente el Estado cubano entrega la Orden Carlos J. Finlay a las obras científicas más relevantes para el bienestar de la humanidad.
A pesar de su desaparición física hace más de cien años, Carlos J. Finlay es un paradigma para las nuevas generaciones de médicos en Cuba y el mundo. Además, resulta un referente para evitar la propagación de enfermedades como el dengue, el chikungunya y el zika, a cuyo agente transmisor, el doctor dedicó gran parte de sus investigaciones.
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