Al término Identidad nos referimos con mucha frecuencia, aun cuando el “ir y venir” de la cotidianidad hace que por momentos nos olvidemos hasta de quiénes somos.
Identidad proviene del vocablo latín identïtas, que refiere al grupo de rasgos y características que diferencia de los demás a un individuo, o grupo de individuos. Está estrechamente relacionada con las experiencias que acumulamos desde la niñez en la sociedad donde se desarrolla el ser humano.
De este modo es que tenemos “el sello” de la cubanía que, si bien por estos tiempos tiende a desdibujarse, nos hace únicos. Por eso urge “sacarla a flote”, y es algo que nos involucra a escala colectiva, al margen de que, como se sabe, existe la identidad personal.
Lo que digo es resultado de estar al tanto de lo que pasa “aquí y allá”, de saber cómo actúan algunas personas, cuya identidad se disuelve en su propia conciencia, olvidan el sentido del “nosotros”, y se dan permiso para obviar al otro, pasar por encima de las costumbres, y dinamitar hasta los “acuerdos” y preceptos la familia.
El vecino de la esquina es un anciano con problemas respiratorios que se muere de hambre y de indiferencia. ¿Dónde están los hijos? ¿Por qué no lo socorre la señora que vive al lado en momentos de crisis? ¿Qué sucede que el centro de salud más cercano ya no es tan “hospitalario” como hace unos años atrás?
Son inquietudes, preguntas que ante situaciones así, por muy aisladas que parezcan, se hace el cubano común que “se precia” de su identidad, y va y “asume” el problema, y busca ayuda y “denuncia”, porque ocuparse y no quedarse callado es algo que se aprende con solo nacer en Cuba.
La contraparte subyace resultado de “la situación que está dura y socava algunas de nuestras simientes: hay mucha gente “endurecida” porque ahí los llevó el egoísmo de no sentirse comprometido con nada, el “sálvese quien pueda y el último que cierre la puerta”.
Y no. No debemos acostumbrarnos a convivir con estas actitudes, mucho menos a que se “ramifiquen” y ganen espacio; porque no somos así; sino todo lo contrario.
Entonces nos queda “echar el resto”: educar, restaurar valores, no alimentar el lado oscuro del corazón, ni al “monstruo”, sino a la Identidad, esa que nos moldeó antes de esta “hecatombe” que deberá acabar Sí o Sí.
Para entonces todos seguiremos haciendo falta, puede que hasta tabaco y ron incluidos, pero solidarios, desprendidos, amantes de los abrazos; rebeldes y risueños: especialmente, cubanísimos.
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