José Martí decía que “Un grano de poesía sazona un siglo”. Pero también sazona la luz que invade la mente del hombre. Sin la poesía el hombre es todo físico, todo bestial. El arcoíris se le desgarra en las manos como agua sucia y luz común hecha para el punto ciego del ojo. La poesía es pan envenenado para los odiadores; las viñas de la ira para los guerreristas; el infierno para los ignorantes que creen menos en la pureza del agua y más en la marca de agua de los billetes.
Al que ama la poesía, la intimidad le sonríe y el amor no le agrede como una tragedia pública. Es sencillo su donaire: la poesía es infinito, fin de la pelea; el pan de los vivos, de los muertos y de los que están por nacer. ¡Qué placer oírla crepitar en el abrazo, en la sonrisa, en el dicho querendón del otro, en la masa de harina que se cuece como la baba del bebé que no sabe escupir, pero grita pidiendo su alimento, papilla poética del ingenuo.
¿Cuál es su juego? Ser la migaja del mundo que ilumina siglos de oscuridad; ser el fuego que cura el alma y cura el mundo de sus lastres y pestes grises; migaja de una sencillez imposible, pero posible en la palabra y en la dicha que transparenta con el ardor lo bello.
¿Qué se necesita para tenerla? Valor, vitalidad y fe. El valor de los que creen en los sueños, la vitalidad del niño a la edad de las preguntas; y la fe de los que buscan la verdad, lo bello y la resurrección, aquí y en el más allá. Es decir, la poesía en la doble significación de la luz: la que entra por los ojos a diario y la que enaltece y robustece los frutos imaginarios del hombre.
¿Dónde encontrarla? A cada paso. En el pan de cada día, en la sonrisa de un viejo amigo, en la luz de una estrella que acaso ha muerto, pero su luz sigue hiriendo el ojo, en los sueños raídos de la madurez, en el jugo de la eterna juventud, en los sentimientos, la inteligencia y la pasión, en la calidad moral de la luz…; en tantas cosas que la hacen posible, diversa, ubicua, singular y universal.
La poesía nos enseña que hay tres mundos: la noche, el día y la noche dentro del día. En uno (la noche), soñamos, o adormecemos nuestros dolores; en el otro (el día), creamos y contamos los sueños y coreamos la suerte de estar vivos; en la noche dentro del día, regresamos al señuelo de las profecías y esperanzas, de los ensueños y utopías, como un viaje a la forja de un mundo mejor. Porque la poesía es imagen y metáfora, pero sobre todas las cosas, es utopía, gran correntada de los arcoíris, los puentes y el arco de triunfo que une el espíritu con la carne.
Colaboración de Eduardo Sánchez Montejo.
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