La poesía abre siempre las puertas de la imaginación a las audacias y a todas las bellas posibilidades de la belleza y de la emoción. La poesía cabe en un puño, en el corazón y está hecha para atrapar todo el universo en simples palabras. Fuera de la poesía todo es ajeno. Excepto la labor de un poeta que vive la gran aventura del espíritu y de la creación.
Un poeta es un soñador y sonador de palabras: un sonajero para despertar la belleza y los sueños. En eso, Dulce María Loynaz Muñoz ganó la estimación pues despertó el verbo a un universo lleno de música y ritmos que solo una mujer de su talento supo descifrar y poner en verso y prosa, en toda su vida y sus memorias.
Esta mujer rejuveneció el español y la poesía en lengua española. Nacida en La Habana en un 10 de diciembre pero de 1902 y desaparecida físicamente un 27 de abril de 1997 en la misma ciudad, llegó a ser considerada una de las principales figuras de la literatura cubana y universal. Tal fue así que en 1992 fue reconocida con el Premio Miguel de Cervantes, el mayor de lengua.
Todo lo que dijo o calló está en sus poemas, en sus libros de memoria, en su novela Jardín o en sus ensayos. Su obra es revolucionaria porque descubre nuevas dimensiones a las cosas de la vida, nuevas significaciones a lo cotidiano, a lo que nos rebasa. Su escritura es un instrumento para pensar, un instrumento para recordar, para el disfrute pleno de la palabra poética.
Una obra de creación, de signos y de modos de aprender y comprender el mundo a través de los hallazgos de la poesía sin traicionar la realidad. Es decir, un salto hacia una realidad más amplia.
Asumió plenamente en su obra todas las posibilidades del juego del idioma o del destino humano. Desde su punto focal de la creación y de su peculiar sistema imaginario, asumió poéticamente la contradictoria totalidad cultural del continente, de Cuba y de España.
La obra toda de Dulce María es un catalejo poético en el cual al asomarse el ojo del lector, veía mundos de ensueños y el pan diamantino de las esencias humanas, de la cubanía. Una obra por la que transita Martí en compañía del Quijote, Sancho, el joven rey Tuntakemon, San Lázaro, Vallejo.
Dulce María parece un mundo tejido por la poesía, por el hilo de lo bello, del lenguaje; por el perfume singular del erotismo del cuerpo y de las cosas; un rosario acerca de la irrealidad y unidad del mundo. Su gran aventura es la del espíritu. Pero el espíritu que supo ver en la cultura cubana lo granos de oro, que se aferró a la gran tradición cultural enraizada en los valores humanos.
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