El fenómeno de la vejez constituye uno de los problemas más agudos de la humanidad en este siglo. Cuba, uno de los países más envejecidos de América Latina y el Caribe, acomete políticas públicas y programas integrales ante el desafío de garantizar el bienestar social de este grupo etario. Sin embargo, no es suficiente.
En la Isla de la Juventud, con una población de más de 16 mil 800 personas de 60 años o más, según la Oficina Nacional de Estadística e Información, la marcada disminución de la fecundidad, el incremento de la esperanza de vida al nacer, y el fenómeno de la emigración marcan tendencia en la ampliación de esta cifra.
Volvemos sobre este tema porque es necesario, cada vez más, ganar en conciencia acerca de lo que esto implica para cualquier sociedad.
Las familias pineras, como en toda Cuba, se caracterizan por la convivencia de varias generaciones en el mismo hogar. Eso, en el mejor de los casos, porque sucede que algunas moradas quedan viviendo solo personas de la tercera edad.
Cabe preguntarnos, otra vez, si estamos consolidando las acciones para la atención y el cuidado de nuestros ancianos. Es algo que urge dada la triste realidad que enfrentan algunos sujetos de este sector poblacional.
Favorecer que se mantengan activos luego de la jubilación les posibilita continuar con vitalidad, garantizarles la recreación y espacios educativos y de ocio se vuelven fundamentales por su valor terapéutico, tanto mental, como físico: de ahí la importancia de los ejercicios deportivos del Inder, los juegos pasivos de mesa, y que participen en bailes y otras actividades comunitarias.
Pero ¿Desde el hogar, les proporcionamos estas condiciones que tributan a una mayor calidad de vida?
La respuesta es no. Pues la protección, atención y cuidado por parte de los hijos, nietos y parientes allegados tiende a disminuir, dados los apremios de la vida por la situación que atraviesa el país.
Y es necesario “saltar” por encima de todo esto. Aunque el Estado prioriza las políticas sociales y jurídicas en cuanto al tema, el núcleo familiar debe involucrarse de manera más certera en mejorar el bienestar de los adultos mayores, los que nos dieron la vida, atención, cariño, e “hicieron todo” por nosotros.
Ellos, los padres y los abuelos que hoy dependen de hijos y nietos para “vivir un poquito más” quizás nos miren y piensen en una certeza en la que, quizás, ni pensamos: “mañana seremos nosotros los ancianos de la casa”.
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