Tenía 73 años, cuando el glorioso mambí decidió otra vez, volver a los campos de batalla y empuñar su carga al machete, para luchar en la llamada Guerrita de agosto y enfrentarse al gobierno de Tomás Estrada Palma.
Tenía más de siete décadas y una ancianidad gloriosa de viejo guerrero, cuando su voz fue callada por un disparo a la entrada de la finca de Manuel Silveira en Arroyo Naranjo, el General de las Tres Guerras de la Independencia Quintín Banderas.
Van a matarme así, exclamó el General Banderas y minutos más tarde su cuerpo se desplomó y lo que tuvo lugar fue horrible e indescriptible. A machetazos se ensañaron con su cuerpo. Igual suerte corrieron Ángel Martínez y Joaquín Garrido, que estaban cerca del mambí.
Con gran sentido de salvajismo y vil triunfalismo, el cadáver del general mambí fue expuesto al público sin escrúpulos algunos.
El presidente Tomás Estrada Palma se negó a que le entregaran el cadáver a la viuda y cuidó muy bien de que no se le rindieran honores. Lo trasladaron al cementerio en el carro de la lechuza, vehículo que se destinaban a los pobres de solemnidad, y sobre su tumba, abierta en la tierra, no se pudo colocar su nombre.
Solo un carruaje siguió al carro de la lechuza en su recorrido hasta el cementerio de Colón. Lo ocupaba la viuda de Quintín Banderas
Se dice que la orden del asesinato del general de división salió del propio Palacio Presidencial.
Así de sombría fue la suerte final que corrió este hombre nacido en Santiago de Cuba en 1833, quien estuvo presente en las tres guerras del siglo XIX por la independencia de Cuba, y en las cuales fue ascendido a los grados de General de brigada por su valor ilimitado.
Pelear era su oficio, escribió Cuéllar Vizcaíno sobre este valiente, que septuagenario también luchó en la guerrita de agosto a comienzos del siglo XX.
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