A José de la Luz y Caballero se le reconoce como figura cimera en la formación ideológica de toda una generación de cubanos que tendrían un rol importante en nuestras guerras libertarias contra España.
Nacido el 11 de julio de 1800, El ilustre habanero fue uno de los pilares en la formación de la conciencia patriótica en la primera mitad del siglo 19. Sus enseñanzas contribuyeron a forjar el sentimiento de cubanía que cristalizaría el 10 de octubre de 1868 con el Grito de Independencia o Muerte, dado por Carlos Manuel de Céspedes, en su ingenio La Demajagua.
José Martí, en semblanza dedicada a Luz, afirmó: “Él, el padre; él, el silencioso fundador; él, que a solas ardía y centelleaba, y se sofocó el corazón con mano heroica, para dar tiempo a que se le criase de él la juventud con quien se habría de ganar la libertad”.
Y es que durante toda su vida, desarrolló una intensa labor pedagógica y educativa que le permitió calar hondo en el sentimiento nacional cubano en formación.
Cercano a su fin, enfermo de gravedad, afirmó que solo sentía morir en momento tan críticos para Cuba. Corría el año 1862. Su sepelio constituyó una notable muestra de duelo popular.
A más de siglos de su natalicio, aún se escuchan y conocen varios de sus más notables aforismos. Esas sentencias breves suyas de contenido moral o filosófico que han traspasado el tiempo para llegar a nuestros días:
“Quien no sea maestro de sí mismo, no será maestro de nada”. “Todo en mi fue, y en mi patria será”; “Háganse respetables los maestros y serán respetados “y, quizás, el más conocido de todos: (RR,) “Instruir puede cualquiera, educar sólo quien sea un evangelio vivo”.
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