Cristóbal Labra Pérez, no fue un pelotero, ni un trabajador de la Industria Láctea, este joven fue uno de los mil 500 columnistas del contingente agropecuario Luis Ramírez López, que llegaron a Isla de Pinos para ayudar a recuperar lo perdido y avanzar mucho, tras el paso el ciclón Alma.
El 15 de junio de 1966, a las ocho de la mañana, llegó a este terruño, desde la Habana Tite, como cariñosamente le decían sus compañeros. Él era chofer de la ruta 20 en la Lisa, muy consagrado al trabajo, y responsable por lo que fue al llegar, a esta ínsula, designado como jefe de la vaquería 16 de la granja La Reforma.
A solo siete días de su llegada al campamento se produce un incendio en una de las naves de madera repleta de abono químico. Inmediatamente acude a sofocar el incendio, pero no puede, tres veces lo sacan y regresa al sitio porque en su conciencia “no podían dejar perder los bienes del pueblo”.
Los gases tóxicos lo asfixian, y cae desmayado, sus compañeros lo llevan al hospital militar de La Fe, donde tratan de salvarlo, pero falleció en la tarde del 23 de junio de 1966, con solo 27 años.
De esta forma se consumió la vida de uno de los jóvenes más leales a la Revolución, que aportó en tan poco tiempo al desarrollo económico y social a esta ínsula.
Sus restos reposan en el cementerio del Guatao, en Punta Brava, Pinar del Río, su provincia natal, pero cada 23 de junio, en el mismo lugar donde estaba el almacén se construyó un obelisco de mármol con el emblema de la Unión de Jóvenes Comunistas, y una tarja con igual mensaje grabado, donde los columnistas de la Agrupación de la Década del 60, junto a pobladores de la Reforma, rinden homenaje a este mártir que decidió dejar sus sueños en la Habana y compartir con los pineros a construir una Isla mejor.
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