El 15 de mayo de 1955 amaneció distinto en la Isla de Pinos (hoy Isla de la Juventud). En el temido Presidio Modelo, un rumor recorría los pasillos circulares como un viento nuevo: «Hoy salen los muchachos del Moncada…»

Después de 22 meses  de encierro, los jóvenes asaltantes de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes —encabezados por Fidel Castro— serían excarcelados por una amnistía decretada por el gobierno de Fulgencio Batista.

No fue un gesto de bondad: fue la respuesta a una presión creciente desde las calles, las universidades y sectores de la sociedad que reclamaban libertad para quienes ya eran vistos no como criminales, sino como patriotas que habían desafiado a la dictadura.

Aquel día, bajo el sol ardiente de la Isla, las puertas del Presidio Modelo se abrieron. Salieron con el rostro delgado por el encierro, pero con la mirada firme.

Fidel, en particular, no salió vencido: salió con el compromiso renovado. La prisión había sido su escuela y su trinchera. Allí, en soledad, había escrito su alegato «La historia me absolverá», donde explicaba las razones del asalto y trazaba las líneas del programa revolucionario que vendría.

La excarcelación de los moncadistas no significó el fin de su lucha, sino su renacer.  Apenas en libertad, reorganizaron el movimiento revolucionario y poco después tomarían el camino del exilio en México, donde se prepararía la expedición del Granma y el inicio definitivo de la lucha guerrillera en la Sierra Maestra.

A 70 años de este acontecimiento podemos afirmar  marcó un punto de inflexión. Fue la señal de que la resistencia contra Batista no había sido sofocada.

La liberación de los moncadistas reanimó a sus seguidores y unió nuevas voluntades a la causa. La amnistía, que pretendía apagar la chispa, terminó avivando el fuego que en 1959 desembocaría en el triunfo de la Revolución Cubana.

La salida del Presidio Modelo no fue solo un hecho carcelario: fue un acto que movió la historia de Cuba, un paso decisivo hacia el cambio radical que estaba por venir.