Un grupo de científicos ha descubierto mandíbulas fósiles que revelan la existencia de cangrejos de río gigantes en Nueva Zelanda hace 20 millones de años, cambiando todo lo que sabíamos sobre sus antiguos ecosistemas.
Hace unos 20 millones de años, en lo que hoy es el sur de Nueva Zelanda, una comunidad de criaturas acuáticas se movía en silencio entre los sedimentos de antiguos lagos. Sus cuerpos eran robustos, sus pinzas poderosas y sus mandíbulas, aunque diminutas, escondían un secreto que millones de años después se convertiría en clave para desvelar su existencia. No eran criaturas cualquiera. Se trataba de gigantes de agua dulce: cangrejos de río prehistóricos que podrían haber alcanzado longitudes de hasta 25 centímetros, más del triple que las especies actuales del archipiélago.
Este reciente hallazgo, liderado por un equipo internacional de paleontólogos de instituciones como la Universidad de Flinders y la Universidad de Canterbury, no solo amplía el conocimiento sobre la fauna extinta de Nueva Zelanda, sino que también reescribe una parte de su historia ecológica. Porque estos crustáceos, pese a su tamaño y presencia en los ecosistemas acuáticos del Mioceno, habían permanecido invisibles para la ciencia. Hasta ahora.
Un fósil inesperado
La clave del descubrimiento no fueron esqueletos completos ni caparazones espectaculares, sino diminutos fragmentos de mandíbulas, de apenas unos milímetros, que emergieron tras la cuidadosa tamización de toneladas de sedimentos procedentes del yacimiento de St Bathans, en la región de Otago Central. En total, se identificaron ocho fragmentos, cada uno con una estructura mineralizada que había resistido el paso del tiempo: una cresta molar recubierta por una capa de apatita, una sustancia similar al esmalte dental de los mamíferos.
Esa composición especial fue lo que permitió que esas pequeñas piezas perduraran durante millones de años, mientras el resto del cuerpo, compuesto por materiales más frágiles, se descomponía sin dejar rastro. En un mundo donde los fósiles de cangrejos de río son escasos y suelen limitarse a huellas o estructuras estomacales mal identificadas, estos restos mandibulares son una auténtica joya paleontológica.

El análisis de estas mandíbulas reveló algo aún más sorprendente: no pertenecían a una sola especie. Las diferencias morfológicas entre los fragmentos indicaban al menos tres tipos distintos de cangrejos de río conviviendo en el mismo hábitat. Este dato contrasta de manera notable con la situación actual en Nueva Zelanda, donde únicamente existen dos especies del género Paranephrops, y cada una ocupa una región distinta del país.
La existencia de tres especies coexistiendo hace 20 millones de años sugiere una biodiversidad mucho mayor de la que hoy podemos observar. Esto, a su vez, abre una ventana fascinante para entender cómo eran los ecosistemas de agua dulce en el Mioceno, cuando Nueva Zelanda aún se configuraba como una especie de arca biológica flotante, aislada y repleta de formas de vida únicas.
Un paisaje extinto lleno de vida
El yacimiento de St Bathans se ha convertido, desde que comenzaron las excavaciones en 2001, en una fuente inagotable de sorpresas paleontológicas. Esta zona, que en su día fue el fondo de un gran lago, conserva una impresionante variedad de restos fósiles de aves, peces, reptiles e incluso mamíferos terrestres. Ahora, a esa lista se suman los antiguos cangrejos de río, que probablemente desempeñaban un papel clave en la cadena alimentaria acuática.
En aquel entonces, las aguas de estos lagos estaban habitadas por peces similares a las truchas, cocodrilos de agua dulce y aves que buceaban en busca de alimento. Los grandes cangrejos de río habrían sido presas valiosas, pero también actores fundamentales en la limpieza y reciclaje del fondo lacustre, tal como lo hacen hoy sus descendientes.
Junto con las mandíbulas, el equipo también identificó por primera vez en Nueva Zelanda las llamadas “yabbie buttons”, estructuras calcificadas que se forman en el estómago de los cangrejos de río para almacenar calcio, esencial para la regeneración de su caparazón tras la muda. Estas estructuras, redondeadas y compactas, habían sido durante décadas confundidas con dientes fósiles de peces, un error comprensible pero que ahora queda corregido gracias a este nuevo enfoque.
Este redescubrimiento no solo aporta claridad a colecciones paleontológicas de todo el mundo, donde probablemente existan decenas de “yabbie buttons” mal catalogadas, sino que también redefine qué tipo de fósiles debemos buscar si queremos rastrear la presencia de cangrejos de río en otros continentes.

La importancia de lo diminuto
En un mundo paleontológico donde los titulares suelen ser acaparados por dinosaurios colosales o mamíferos gigantes, este estudio nos recuerda que los pequeños detalles también cuentan. De hecho, pueden ser los más reveladores. Porque en esas pequeñas mandíbulas fosilizadas reside la prueba material de un pasado desconocido, de un ecosistema perdido, de un linaje que habitó hace millones de años un territorio que hoy apenas asocia su fauna con crustáceos.Y lo que es más importante: demuestra que todavía hay mucho por descubrir, incluso en fragmentos de apenas unos milímetros. Que la historia de la vida está escrita no solo en huesos grandes, sino también en pequeños vestigios que, con paciencia y atención, pueden contarnos mucho más de lo que imaginamos.
Tomado de Muyinteresante
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