Dicen que hay quienes ven una piedra… y otros que ven una obra esperando nacer. Así es el arte de la escultura: un diálogo silencioso entre la materia y el alma, donde cada golpe, cada corte, cada forma revelada, esconde una historia, una emoción, una visión del mundo.

Las manos de Luis Gregorio Ruz, no solo esculpen materia, han moldeado miradas, despertado preguntas y han sembrado vocaciones. Enseñar fue para él, otra forma de creación: no talló mármol, sino almas.

Toda una vida dedicada al arte y la cultura compartiendo sus conocimientos a niños, jóvenes y adultos. Un maestro, un guía que solo transmite alegría a quienes lleva de su mano en cada proyecto, en cada sueño que, desde la escultura, transforma vidas.

El verdadero monumento del escultor no está en los museos, sino en esas manos jóvenes que repiten sus gestos años después, en los ojos que aprendieron a mirar la luz rozando los bordes de una figura.

Luis Gregorio nos demuestra con su arte que esculpir no es domar la materia, sino desvestirla hasta encontrar su alma.

Ser escultor no es solo trabajar con las manos, es saber escuchar lo que el material tiene para decir, es imaginar lo invisible y tener el coraje de darle forma.

Es una profesión de paciencia, pasión y precisión, donde se necesita fuerza, pero también ternura; técnica, pero también sensibilidad.