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La fuerza de un pueblo solidario

Publicación: 6 Nov, 2025

Cuando el huracán Melissa golpeó con furia el oriente cubano, la naturaleza volvió a poner a prueba no solo la resistencia material del país, sino la fibra humana que une a sus habitantes. En medio de los vientos devastadores y las lluvias torrenciales que azotaron provincias como Guantánamo, Santiago de Cuba, Granma y Holguín, emergió una respuesta inmediata y profundamente conmovedora: la solidaridad del pueblo cubano.

Desde los primeros minutos tras el paso del ciclón, los cubanos demostraron que la palabra solidaridad no es un recurso retórico, sino una práctica viva y cotidiana. Brigadas de linieros, médicos, constructores, estudiantes y voluntarios partieron desde todos los rincones del país hacia las zonas más afectadas, muchas veces sin esperar convocatoria oficial, movidos solo por el sentido del deber y la empatía.

El municipio especial Isla de la Juventud, separado geográficamente del territorio nacional, pero nunca del corazón de la patria, fue de los primeros en ofrecer ayuda concreta. Sus autoridades locales y organizaciones sociales coordinaron el envío de alimentos, materiales de construcción y brigadas de apoyo psicológico. Desde Nueva Gerona hasta los asentamientos rurales, los pineros demostraron una vez más que, aunque insulares, su espíritu solidario tiene alcance nacional.

En las calles de Palma Soriano, en los barrios de Bayamo y en las comunidades montañosas de Yateras, se repiten las escenas que definen la identidad cubana en tiempos difíciles: vecinos compartiendo lo poco que tienen, jóvenes improvisando cocinas colectivas, ancianos que ofrecen refugio a familias desplazadas. No hay distinción entre provincias ni credos; hay un mismo impulso humano de aliviar el dolor ajeno.

Las instituciones y organizaciones también se sumaron con eficiencia y sensibilidad. La Cruz Roja Cubana desplegó decenas de voluntarios para distribuir recursos esenciales. La Defensa Civil coordinó las labores de limpieza y recuperación, mientras el sistema de salud mantuvo la cobertura médica en zonas aisladas. Las iglesias, tanto católicas como evangélicas, abrieron sus templos como centros de acogida y consuelo.

Pero más allá de las cifras y los reportes oficiales, lo que más conmueve es el rostro humano de esta historia: el campesino que donó su cosecha, el estudiante que cargó cubos de agua durante horas, la enfermera que durmió tres noches seguidas en un albergue para cuidar a los evacuados. En cada gesto anónimo se resume la grandeza de un pueblo que, frente al desastre, no se quiebra, sino que se multiplica.

El huracán Melissa dejará una huella profunda en el oriente cubano. Sin embargo, también deja una lección que atraviesa toda la Isla: la verdadera fuerza de Cuba no está solo en su capacidad de resistir, sino en su inagotable capacidad de compartir. Desde Pinar del Río hasta la Isla de la Juventud, el país entero se ha convertido en una sola familia.

En tiempos en que la solidaridad global parece a veces diluirse en discursos, el ejemplo del pueblo cubano nos recuerda que la empatía es, todavía, el recurso más poderoso para reconstruir no solo los hogares, sino también la esperanza.

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