En Vivo

Menos ruido, más respeto social

Publicación: 4 Nov, 2025

Dicen que el silencio es oro, pero en Nueva Gerona parece que lo han empeñado todo. Hoy en día, salir a la calle es como asistir a un concierto gratuito… sin boleto, sin gusto y sin opción de escape. Porque aquí, el Reguetón no se escucha, se sobrevive. Y no es que uno sea enemigo del ritmo, pero cuando el bajo te sacude el esternón desde tres cuadras de distancia, uno empieza a preguntarse si no será una nueva forma de terapia de choque.

Los carros ya no son medios de transporte, son discotecas rodantes con ruedas. Algunos incluso parecen competir por quién logra que el tímpano del vecino se rinda primero. Y si usted pensaba que su casa era su refugio, lamento informarle que las paredes ya no aíslan, solo vibran. Porque en esta ciudad, el sonido no respeta ni el concreto. Se cuela como el chisme: sin permiso, sin filtro y sin vergüenza.

Lo más curioso es que algunos defienden esta práctica como “expresión cultural”. Claro, porque nada dice “riqueza sonora” como repetir la misma frase 27 veces a 120 decibelios. Y si usted osa sugerir que bajen el volumen, prepárese para ser acusado de atentado contra la alegría nacional. Porque aquí, el que no goza a gritos, no goza.

La Real Academia Española, que todavía no ha sido reemplazada por un altavoz, define el ruido como ese sonido molesto que afecta la salud. Pero en Nueva Gerona, parece que el diccionario se quedó sin batería. Aquí el ruido no molesta, se institucionaliza. Se celebra. Se multiplica. Y si daña el oído, pues que se compre otro. Total, ¿quién necesita escuchar cuando puede sentir cómo el cráneo retumba?

Y no es solo el volumen, es la omnipresencia. El ruido está en los carros, en las esquinas, en los celulares, en los balcones. Es como el arroz con pollo: está en todas partes, aunque a veces uno preferiría que no. Y lo peor es que ya ni los pájaros cantan. Quizás se fueron a buscar paz en otro municipio. O quizás están esperando que alguien les regale unos audífonos con cancelación de ruido.

Pero claro siempre hay quien dice que “así es la juventud”. Como si el exceso de decibeles fuera sinónimo de vitalidad. Como si el respeto por el espacio auditivo ajeno fuera cosa de viejos. Y mientras tanto, seguimos normalizando lo anormal, celebrando lo invasivo, y confundiendo bulla con alegría. Porque en esta ciudad, el silencio no es ausencia, es resistencia.

Así que si usted aún recuerda cómo suena el canto de un ave, el susurro del viento o el crujir de las hojas, felicidades: es una especie en peligro de extinción. Y si algún día el ruido cesa, no se alarme. No es el fin del mundo. Es solo que alguien, por fin, decidió bajar el volumen y escuchar lo que realmente importa.

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