La lectura siempre ha sido un espejo de la vida y, al mismo tiempo, una herramienta para darle forma a lo que pensamos y sentimos. Quien lee no solo acumula historias, también gana palabras para contar las suyas.
En la Isla de la Juventud, donde la memoria cultural se ha tejido entre mares y campos, la literatura ha sido camino y refugio para varias generaciones.
Autores locales han sabido dejar en sus páginas la esencia pinera: la poesía que habla de las olas que golpean el malecón, de la esperanza sembrada en la tierra roja y de la fuerza de un pueblo que nunca renuncia a su identidad.
Esa creación literaria, que se multiplica en talleres, peñas y espacios comunitarios, recuerda que la cultura no vive en vitrinas, sino en la voz de quienes la leen y la hacen suya.
La lectura de poesía, en particular, regala una forma distinta de mirar la vida. Con cada verso descubrimos que las palabras no solo nombran las cosas, también nos invitan a sentirlas más hondo.
Para los jóvenes, leer poesía significa descubrir nuevas maneras de expresarse, de entender sus emociones y de compartirlas con los demás.
Por eso, más que un ejercicio académico, la lectura es una experiencia vital. Escribir y leer poesía en la Isla no se limita a conservar tradiciones, sino que abre caminos a la sensibilidad, al pensamiento crítico y a la creatividad.
En esa relación íntima entre el lector y el texto, encontramos la certeza de que la poesía más que un género literario es una manera de vivir.





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