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Que no me toquen la puerta… que el Lobo está cocinando

Publicación: 17 Sep, 2025

El calor del asfalto se mezcla con el aroma del carbón. No es humo de calderos, aunque lo parezca, sino la esencia misma de un arte que se cocina a fuego lento en plena calle 26, entre 39 y 41, en la Isla de la Juventud.

Allí, sobre el pavimento ardiente, se escuchan las risas y los pasos curiosos de los transeúntes que de pronto se convierten en público. Y es que cuatro creadores han decidido transformar lo cotidiano en lienzo: Carlos Cabrera (El Lobo), Emilio Caboverde (El Pescao), Elías Heredia y Francisco Leyva. Ellos no traen pinceles finos ni caballetes solemnes. Su herramienta es el carbón, ese mismo que en tantas casas cubanas se usa para avivar la candela y guisar la comida.

Las manos tiznadas avanzan, dejan huellas negras sobre la superficie gris de la calle. Poco a poco, como si emergiera de un sueño tropical, aparece la silueta de la Gioconda. No es la Mona Lisa solemne del Louvre, sino una versión con sabor criollo, gestada al ritmo del sol, la brisa y el murmullo de la gente. Una Gioconda de barrio, callejera, auténtica, que sonríe distinta porque aquí se hace el arte “a lo cubanooooo”.

El público no aplaude con solemnidad; comenta, ríe, saca fotos con el celular. Los niños se agolpan, algunos quieren tocar el polvo negro que cae sobre los dedos de los artistas. El pavimento, testigo silente de tantas pisadas, se convierte en un altar momentáneo de belleza.

La acción es efímera, como casi todo lo que nace en la calle. Pero su mensaje queda: celebrar la creación libre, rendir tributo al talento joven y recordarnos que el arte puede irrumpir en cualquier esquina, transformar lo rutinario en espectáculo y hacernos sentir parte de algo más grande.

En la Isla de la Juventud, una tarde cualquiera, el asfalto dejó de ser gris.

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