El 4 de septiembre de 1933 marcó un giro inesperado en la historia republicana de Cuba. En medio de una profunda crisis económica y social provocada por la Gran Depresión y las políticas autoritarias de Gerardo Machado, un grupo de sargentos y soldados del Ejército Nacional, liderados por Fulgencio Batista, protagonizó una revuelta militar que derrocó al presidente provisional Carlos Manuel de Céspedes y Quesada. Este episodio, conocido como la «Revuelta de los Sargentos», no solo quebró el orden constitucional, sino que inauguró una nueva etapa de protagonismo militar en la política cubana.
La sublevación no fue un hecho aislado. Fue el desenlace de meses de agitación popular, huelgas obreras, presión estudiantil y fracturas internas en el poder. El Directorio Estudiantil Universitario, junto con sectores descontentos del ejército, encontró en la acción del 4 de septiembre una vía para romper con el continuismo y la exclusión. Tras el golpe, se instauró una efímera Pentarquía —gobierno colegiado de cinco figuras civiles— que apenas duró unos días, dando paso al llamado Gobierno de los Cien Días, presidido por Ramón Grau San Martín.
Este nuevo gobierno intentó implementar reformas sociales y laborales, pero su fragilidad institucional y la presión de Estados Unidos lo hicieron insostenible. En enero de 1934, Batista, ya convertido en coronel, lo derrocó, consolidando su rol como árbitro del poder. Así comenzó su largo ascenso político, que influiría decisivamente en el devenir de Cuba durante las siguientes décadas.
Hoy, a más de noventa años de aquel suceso, la efeméride del 4 de septiembre interpela a las nuevas generaciones. En la Isla de la Juventud, donde la memoria se cultiva desde lo comunitario, esta fecha puede ser una oportunidad para dialogar sobre el papel de los jóvenes, los militares y los movimientos sociales en la construcción de un futuro más justo y participativo.





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