Cuando este primero de septiembre las calles de Isla de la Juventud se convirtieron en arcoíris, a pesar de la difícil situación que se vive en los hogares, donde la familia tiene que jugar con el trabajo, merienda, tareas, comida, vuelve a mi memoria el cubano Raúl Ferrer, quien vio la luz en la provincia de Santi Spiritus, en el municipio de Meneses.
A Raúl Ferrer Pérez puede nombrársele de muchas maneras: poeta, luchador, comunista, hombre de bien, guajiro de humor criollo, bailador incansable, pero la palabra que lo retrata de cuerpo y alma es la de MAESTRO, así, con letras mayúsculas.
Sin temor a equivocarnos podemos decir que Raúl Ferrer fue un maestro que nació para enseñar a los cubanos. Sobre la clase escribe en 1978, que enaltece el decoro y la vergüenza del maestro verdadero:
“La clase es una paloma, en la escuela de cristal, en el mar sería la sal y en la flor sería el aroma. Por la clase, limpio asoma de los niños el lucero. Darla bien es lo primero, que ella resume el amor, la vergüenza y el honor del maestro verdadero”
Raúl hacía realidad el pensamiento martiano “Lo hizo maestro, que es hacerlo creador”, y en su labor docente utilizó métodos novedosos, los cuales hacían posible que sus alumnos asimilaran mejor los conocimientos. Solía utilizar la poesía, que él mismo decía debía servir para algo.
Raúl Ferrer el amigo, creó además un himno para la escuela; también canciones y adivinanzas para motivar su clase llevando siempre presente las ideas del Apóstol, José Martí, cuyo busto colocaba en el centro del aula, porque decía que era un hombre muy grande para tenerlo en un rincón.
“Ayer es el pasado en que luché / Hoy, el duro presente en que lucho / Mañana, mi futuro: ¡lucharé”, es un fragmento de la canción Tiempos del verbo que compuso para lograr ese objetivo pedagógico.
La poesía lo escoltó toda la vida, al principio se inspiró en sus alumnos de la escuelita rural de Narcisa, haciendo que fueran los protagonistas; allí nacieron los tan conocidos versos del “Romance de la niña mala” y “Romancillo de las cosas negras”, donde brilla la discriminación que sufre la sociedad. Esta etapa se encuentra recopilada en el cuaderno El retorno del maestro, editado en 1990.
Una de las anécdotas más emocionantes de su trabajo en la escuelita de Narcisa es aquella en la que explicó a sus alumnos que debían dejar los zapatos en la ceiba del patio, a la que nombraba Carlos Manuel de Céspedes, porque las fuerzas telúricas del conocimiento entraban desde la tierra por los pies desnudos. Él también se mantenía descalzo y de ese modo logró que asistieran a la escuela aquellos niños que no tenían zapatos.
Así resumió Raúl Ferrer la esencia de la docencia, labor a la que se dedicó hasta su fallecimiento. Su amor por la pedagogía continúa inspirando a las nuevas generaciones de educadores, así como su vocación martiana, su integral cultura y lealtad a la Revolución.
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