El sucu-suco no es solo un género musical: es la savia que corre por las venas de la Isla de la Juventud.
Nacido en los campos, bajo la sombra de los bohíos y con el sonido humilde de la marímbula, este ritmo se convirtió en un emblema de identidad que ha acompañado a generaciones de pineros.
Su cadencia, como un oleaje constante, sigue marcando la memoria colectiva de la Isla. En ese camino de tradición y resistencia, el nombre de Mongo Rives se alza como un símbolo mayor.
Con su carisma y su voz, levantó al sucu-suco de las fiestas campesinas para colocarlo en escenarios nacionales e internacionales, convirtiéndose en embajador de la alegría pinera.
Rives no solo interpretó: defendió, renovó y sembró este género en el corazón de quienes lo escucharon.
El sucu-suco es metáfora viva de la Isla: alegre como sus fiestas, perseverante como sus hombres y mujeres de mar y de campo.
Cada acorde es un relato popular que se baila con los pies, pero también se guarda en la memoria como parte del patrimonio intangible que hace diferente a este pedazo de Cuba.
Hoy, cuando los jóvenes redescubren el género y lo mezclan con nuevas sonoridades, se confirma que el sucu-suco no es un recuerdo guardado en vitrinas, sino un río que sigue corriendo, abriéndose camino entre generaciones.
Y en ese latido, como un estribillo eterno, se escucha todavía la voz de Mongo Rives, recordando que la cultura pinera tiene en este género su música más auténtica y duradera.
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