La infancia es un territorio sagrado. No por su fragilidad, sino por su potencia transformadora. En ella se siembran los valores, los lenguajes y las narrativas que moldearán el futuro. Por eso, cada contenido dirigido a niñas y niños sea una canción, un programa educativo o una cápsula radial tiene un peso ético y cultural que no puede subestimarse.
Recientemente, se desató una polémica en redes sociales por el video infantil Apurado y en apuros “La canción de la caca”, interpretado por la cantautora cubana Enid Rosales. Aunque el título puede parecer irreverente, el debate que generó revela tensiones más profundas sobre el papel de los medios y la educación en la formación infantil.
Enid Rosales, reconocida por su trabajo musical con enfoque en derechos infantiles, ha declarado que su incursión en la música para niños nació de su maternidad y de vivencias cotidianas con su hijo. En una entrevista publicada por UNICEF Cuba, confiesa:
“Algunas canciones estuvieron inspiradas en vivencias de mi infancia; otras, en cosas que me ocurrieron en esos nueve meses de embarazo; luego, en las vivencias con mi bebé, que es un proceso muy lindo, pero también muy agotador”.
En medio de la controversia, el escritor y repentista Alexis Díaz Pimienta publicó en su muro de Facebook una defensa encendida del arte infantil y de la canción de Enid. Con su estilo provocador y agudo, escribió: “La canción de la caca es una obra maestra. Y punto. Si no lo entiendes, es que no tienes ni idea de lo que es la infancia, ni la música, ni el humor, ni la pedagogía, ni la ternura, ni la inteligencia emocional. Y punto.” “La caca es parte de la vida. Y los niños lo saben. Y Enid lo canta. Y yo lo aplaudo.
Estas palabras, que circularon ampliamente en redes, no solo defienden la canción, sino que interpelan a quienes desde la prensa o el público adulto reacciona con burla o escándalo ante contenidos que abordan lo cotidiano desde la mirada infantil.
Aquí es donde la prensa y los programas educativos deben asumir un rol más activo y reflexivo. No basta con amplificar la polémica: hay que contextualizar, investigar y abrir espacios de diálogo. La prensa tiene el deber de proteger la infancia no desde la censura, sino desde la comprensión profunda de sus necesidades, lenguajes y derechos.
Los programas educativos, por su parte, deben ser laboratorios de creatividad ética. Espacios donde se dignifique lo cotidiano sí, incluso la caca y se transforme en aprendizaje.
Este desconocimiento revela otra arista del problema: la infantilización de quienes crean para la infancia. Como si educar fuera menos que entretener. Como si hablar de lo escatológico con humor, con ternura, con pedagogía fuera un pecado.
La prensa debe entonces preguntarse: ¿qué tipo de infancia estamos defendiendo? ¿Una que se avergüenza de su cuerpo, de sus procesos naturales, de su curiosidad? ¿O una que se empodera desde el conocimiento, la risa y el juego?
La canción de Enid Rosales puede gustar o no. Pero lo que no podemos permitir es que el debate se quede en la superficie. Porque detrás de cada nota musical, de cada palabra dicha en un programa infantil, hay una oportunidad de sembrar dignidad, pensamiento crítico y alegría.
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