La Isla de la Juventud es un lugar donde las pasiones se desbordan en cada rincón: el teatro, las luces, las sombras, los rostros que hablan sin palabras. Un reflejo palpable de este fervor dramático es la exposición de Eduardo Leyva, actor y fotógrafo, quien ha logrado capturar en imágenes estáticas la esencia de lo que significa ser parte de un escenario: la actuación, la emoción, la luz.

Bajo el nombre de «Escenarios efímeros: memorias en luces y sombras», Leyva se presenta no solo como testigo de las emociones que se viven en cada función teatral, sino como un creador que sabe cómo transformar esos momentos fugaces en algo eterno.
Su muestra, inaugurada este lunes en la Galería Marta Machado, forma parte de las actividades del evento TEASUR, un espacio donde las artes dramáticas se convierten en el centro de la reflexión, pero este año, el teatro encuentra una nueva expresión a través de la fotografía. Al entrar en la galería, uno no se siente simplemente como espectador, sino como un viajero en el tiempo.
Las fotografías de Leyva nos transportan a un universo donde la luz no solo ilumina, sino que habla. Cada toma, cada detalle de las sombras, de los movimientos congelados, nos invita a revivir obras y personajes que ya se han ido, pero que gracias a su lente, permanecen en nuestra memoria colectiva.

Lo fascinante de estas imágenes es que no solo capturan la acción teatral en sí, sino la intensidad de esos instantes que se viven tras bambalinas. La fotografía de Leyva no es una mera documentación, sino una suerte de homenaje al arte efímero del teatro, que en cada función se construye y se destruye con la misma rapidez.
Las composiciones no son accidentales; hay un estudio minucioso de la luz, una búsqueda deliberada de ángulos, un juego entre la sombra y el reflejo. Todo está cuidadosamente orquestado para que el espectador no solo vea, sino que sienta.
El juego entre luz y oscuridad en sus imágenes no es solo una técnica; es una forma de contar historias. Una fotografía en la que el foco de luz destaca la expresión de un actor, o el roce de un telón en el fondo, nos dice más que mil palabras.

Cada imagen es un poema visual que nos habla no solo de los artistas, sino también del teatro mismo: su magia, su transitoriedad, su capacidad de emocionar incluso cuando no hay escenario.
Al recorrer la exposición, uno se encuentra con un mosaico de emociones: la intensidad de los ensayos, la alegría del aplauso final, las miradas cómplices entre los actores, el cansancio y la satisfacción después de una función. Eduardo Leyva no solo captura una representación, sino que desvela las entrañas del teatro pinero, un teatro en constante construcción y reconstrucción, donde la tradición se mezcla con la modernidad, pero siempre con una identidad única.
El autor de estas imágenes, quien se define con modestia como un “fotógrafo teatral documental”, en realidad ha logrado mucho más: ha creado una memoria visual del teatro en la Isla, un archivo invaluable para estudiosos y futuros amantes del arte dramático.
Y más allá de eso, cada imagen se convierte en una obra de arte autónoma que puede ser admirada sin necesidad de conocer el contexto teatral.

Este trabajo de Leyva, como todo buen arte, no se limita a la nostalgia. Es una invitación a pensar en el presente y en el futuro del teatro pinero. Las instantáneas no solo evocan la memoria de las puestas en escena que ya no veremos, sino que también nos abren la puerta a lo que está por venir.
Gracias a TEASUR, el evento consagrado a las artes dramáticas, que este año ha permitido que la fotografía también tenga su espacio, podemos celebrar esta fusión de disciplinas, donde el teatro y la fotografía se abrazan, nos conmueven y nos invitan a reflexionar sobre sobre la efimeridad de la vida y el arte.
Leyva, un creador renacentista que lleva consigo la pasión del escenario y la lente, ha logrado con esta exposición que recordemos que, al final, el teatro no es solo lo que se ve en el escenario, sino también lo que se guarda en la memoria.
Esta exposición, que no solo nos muestra a los actores pineros en acción, sino también a la propia esencia del teatro, es un regalo para los sentidos y un homenaje a todos los que, desde las sombras, hacen posible la magia de las artes escénicas.
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