Quizá alguna vez te hayas preguntado si a las ardillas les da buen resultado utilizar el bosque o el parque como despensa. Pero ¿cómo encuentran luego sus tesoros escondidos? Cada otoño, las ardillas se concentran en la tarea de enterrar los frutos secos que recolectan. Es su forma de prepararse para pasar el invierno, ¡sin que les pille con la despensa vacía!
Estas pequeñas arquitectas del bosque dedican buena parte del otoño a esconder frutos secos en diferentes puntos del terreno. Y lo más sorprendente es que, semanas o incluso meses después, son capaces de volver a buscarlos casi sin fallos.
Lejos de hacerlo al azar, estos roedores siguen complejas estrategias de organización, clasificación y memoria espacial que les permiten recuperar hasta el 95 % de sus reservas. La ciencia lo ha confirmado: tienen un auténtico sistema de almacenamiento… en la cabeza.
Pero, ¿cómo funciona exactamente este sistema? ¿Qué pistas usan para orientarse? ¿Y qué pasa cuando olvidan parte de lo que han enterrado? A través de diversos estudios, los investigadores han comenzado a descifrar el complejo mundo mental de estos roedores.
Lo que han descubierto no solo demuestra que las ardillas son mucho más inteligentes de lo que imaginamos, sino que también nos recuerda que la naturaleza guarda soluciones brillantes incluso en los rincones más cotidianos.
El arte de esconder nueces: ¿azar o estrategia?
Primero, revisemos la forma en que estos esciúridos entierran la comida. Los animales que realizan esto para sobrevivir al invierno no lo hacen al azar. Suelen emplear una de estas dos estrategias: o bien colocan todos sus víveres en un mismo sitio, o bien los reparten por distintas localizaciones.
La mayoría de las especies de ardillas hacen lo segundo, de ahí que sea típico verlas corriendo entre sus diferentes montones de comida enterrada.
“Lo más probable es que la evolución haya premiado este comportamiento, porque reduce las posibilidades de tener grandes pérdidas”, apunta Mikel María Delgado, investigador de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de California en Davis (EE. UU.), que lleva años investigando las costumbres de estos simpáticos roedores.

Agrupar, clasificar y recordar: el método de las ardillas
En un estudio reciente, Delgado demostró que las ardillas organizan y entierran su botín en función de ciertas características de este, como el tipo de fruto de seco. Esto les permite clasificarlo mentalmente, algo que les puede ayudar luego a recordar dónde está.
Lo que seguro no es cierto es que escondan la comida de forma aleatoria en agujeros excavados en la tierra con la esperanza de volver a toparse con ellos por casualidad. “Está científicamente demostrado que siguen una estrategia muy meticulosa y estable para guardar su alimento”, recalca Delgado.
¿Y de qué les sirve eso para encontrarlo después? En función del tipo de fruto seco y de la especie de ardilla, por lo general, estos roedores son capaces de dar con su comida enterrada en el 95 % de las veces, según los investigadores.
Memoria espacial y pistas visuales: más allá del olfato
Antes, se creía que las ardillas confiaban solo en su sentido del olfato para lograrlo. Pero, aunque su hocico tiene mucho que decir en este asunto, la evidencia confirma que la memoria juega un papel mucho más importante.
Un artículo publicado en 1991 en la revista Animal Behaviour afirmaba que, incluso cuando muchas ardillas grises (Sciurus carolinensis) entierran sus víveres en puntos muy cercanos unos de otros, cada individuo recuerda y vuelve a donde está su propio botín en particular.
Luego, esta observación ha sido corroborada por otros muchos estudios, que apuntan a que la memoria espacial de las ardillas les ayuda a mapear el territorio a su alrededor.
Porque, bajo ciertas circunstancias, como cuando el botín está enterrado bajo la nieve, el olfato no les es útil para encontrarlo. Así que parece lógico que confíen en diferentes estratagemas.
“No sabemos todavía cuáles son los mecanismos exactos que les ayudan a localizar dónde dejaron su alimento, pero lo más probable es que tenga que ver con pistas visuales en el entorno”, señala el experto.

Mapas mentales en miniatura: cómo gestionan sus despensas naturales
Por otra parte, Delgado describió por primera vez en ardillas el comportamiento denominado agrupación –chunking, en inglés–, que usan algunos animales para organizar información en grupos pequeños y manejables, como las carpetas de un ordenador.
Esta técnica podría aliviar la carga que supone recordarlo todo, tal y como escribía este investigador en la revista Royal Society Open Science.
“Nadie ha comprobado por el momento qué beneficios puede tener para las ardillas la agrupación de alimentos, pero estamos seguros de que está relacionado con la eficacia con que luego los recuperan”, indica Delgado.
Asimismo, se ha observado que, cuando los entierran en áreas confinadas, suelen recordar también su localización exacta en cada zona, lo que refuerza la idea de que son capaces de trazarse detallados mapas mentales del entorno.
¿Control de calidad? Las ardillas también seleccionan sus alimentos
En resumidas cuentas, a lo largo de las décadas, un buen montón de trabajos han dejado claro que las ardillas son mucho más interesantes de lo que parece a simple vista. Incluso, se cree que pueden llevar a cabo controles de calidad de los alimentos.
Se les ha visto arañando las nueces con la pata durante un buen rato antes de enterrarlas, quizá para asegurarse primero de que están en buen estado.
“Antes se creía que estos animales confiaban solo en el sentido del olfato para encontrar su comida enterrada”.

¿Qué factores influyen en la falla de memoria?
Aunque su memoria espacial es excepcional, las ardillas también cometen errores. A veces, olvidan parte de sus reservas, sobre todo si han enterrado muchas en poco tiempo o si su entorno cambia —por ejemplo, si llueve intensamente.
Estas pérdidas no solo son parte del riesgo natural, sino que también tienen un efecto positivo en el ecosistema: los frutos secos que no recuperan pueden germinar y dar lugar a nuevos árboles. De hecho, las ardillas actúan como sembradoras involuntarias en muchos bosques templados.
Los investigadores estiman que entre un 5 % y un 10 % de los alimentos almacenados no son recuperados, lo que convierte a estos roedores en agentes clave para la regeneración forestal.
Esta consecuencia ecológica imprevista convierte su olvido en un beneficio para la biodiversidad. Así, su instinto de acopio no solo garantiza su supervivencia, sino que contribuye al equilibrio de los ecosistemas donde habitan.
No solo ardillas: otros expertos en esconder comida
Aunque las ardillas son las reinas indiscutibles del almacenamiento en el imaginario popular, no son las únicas que esconden comida para sobrevivir a los meses de escasez. En el mundo animal, esta estrategia —conocida como cacheo— ha evolucionado en múltiples especies, cada una con sus propias tácticas.
Algunas aves, como el cascanueces americano (Nucifraga columbiana), son capaces de ocultar hasta 30.000 semillas en una sola temporada. Y lo más increíble: luego recuerdan la ubicación de miles de ellas, incluso cuando la nieve cubre el paisaje.
Los carboneros (Parus major), por su parte, almacenan insectos y larvas en grietas de la corteza o bajo hojas, confiando también en su memoria espacial para recuperarlos más tarde. Al igual que las ardillas, estas aves recurren a referencias visuales del entorno, creando auténticos mapas mentales de su territorio.
Otro caso fascinante es el del pájaro carpintero bellotero (Melanerpes formicivorus), que perfora miles de agujeros en troncos de árboles para guardar bellotas. Estas despensas comunales, que pueden ser compartidas por varias generaciones, son auténticos silos naturales.
Estas comparaciones nos muestran que el almacenamiento planificado de alimento no es una rareza, sino una solución evolutiva que ha aparecido de forma independiente en diversos grupos animales.
Ya sean aves o mamíferos, estos recolectores han desarrollado habilidades cognitivas complejas para gestionar sus reservas. La naturaleza, una vez más, demuestra que la inteligencia no siempre necesita palabras: a veces se mide en bellotas escondidas y nueces bien enterradas.
Tomado de Muyinteresante
0 comentarios