La Ley de Bienestar Animal en Cuba, aprobada en 2021, marcó un antes y un después en la manera en que como sociedad asumimos nuestra relación con los animales. Por primera vez se reconocieron legalmente sus derechos a recibir un trato digno, a no ser maltratados ni abandonados, y a vivir en condiciones que respeten su naturaleza. Es un paso importante, pero aún queda mucho por hacer.

Ver a un perro hambriento escarbando en la basura, o a un gato herido vagando por las calles, sin que nadie se detenga a ayudar, nos recuerda que el cumplimiento de esta ley no puede quedarse en el papel. Detrás de cada animal abandonado hay una historia de indiferencia, de irresponsabilidad, de silencio. Y eso no puede seguir siendo normal.

Los animales sienten, sufren, se alegran, se enferman. Necesitan cuidados, atención y respeto. No pueden alzar la voz, por eso necesitan que nosotros hablemos por ellos, que denunciemos el maltrato, que eduquemos a los más jóvenes en el amor y la responsabilidad hacia los seres vivos que nos rodean.

Cumplir la Ley de Bienestar Animal es más que respetar una norma; es reconocer que la compasión es el primer paso hacia una sociedad mejor. Es sembrar humanidad en cada acto, en cada gesto de cuidado hacia los más vulnerables. Cuba necesita que esta ley se cumpla, no por obligación, sino por conciencia. Porque el bienestar animal también es bienestar humano.

Una ley no tiene fuerza si no se cumple. El bienestar animal no es un lujo, es un indicador de civilización. Si como país aspiramos a ser más justos, solidarios y conscientes, debemos empezar por cuidar a los que no pueden defenderse. Porque un país que protege a sus animales, protege también la sensibilidad de su gente.