En los pasillos del Hospital General Docente Héroes del Baire y policlínicos de la Isla de la Juventud, se escribe cada día una historia de entrega, sacrificio y profundo compromiso humano. Es la historia de nuestros médicos, hombres y mujeres que dedican su vida a la salud del pueblo, muchas veces más allá de lo que indican los protocolos o el reloj.
En días recientes, algunas voces han pretendido empañar la imagen de estos profesionales, cuestionando su actuar. Pero basta mirar con detenimiento la realidad cotidiana para encontrar argumentos más sólidos que cualquier crítica infundada.
Ahí están, de guardia en la madrugada, atendiendo partos, emergencias, escuchando dolores físicos y también emocionales. Ahí están, multiplicándose ante la escasez de recursos, buscando soluciones, improvisando, salvando vidas en silencio.
Y es que ser médico en esta Isla implica mucho más que un título. Es caminar kilómetros hasta una comunidad aislada, es consolar a una madre, es tomar decisiones difíciles con el pulso firme y el corazón abierto. Es también enfrentar cada día desafíos materiales, sin que eso les quite el sentido de la responsabilidad.
La profesionalidad no es solo el conocimiento científico; también es la ética, la dedicación, el respeto por la vida. Y eso abunda en nuestros médicos pineros, que han sabido estar a la altura en emergencias epidemiológicas o misiones internacionalistas.
A quienes critican sin conocer, les invitamos a mirar de cerca. A quienes dudan, a recordar cuántas veces una bata blanca fue alivio y esperanza. Y a quienes ejercen con vocación, a seguir firmes, porque el pueblo el verdadero sí reconoce, sí agradece.
Los médicos de la Isla no necesitan defensa, porque su mejor argumento son las vidas que han salvado. Y en cada latido que continúa, también late su dignidad.
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