Dice un ángel que merodeaba la casa, donde vivía la señora Leonor Pérez Cabrera, que aquel 19 de junio de 1907, la Doña se encontraba sentada en una amplia butaca de la sala de su hija Amelia y sumida en una gran pobreza, quedó dormida serena y para siempre, pensando en su hijo Pepe la adorada madre de José Martí, el Apóstol de la Independencia y Héroe Nacional de Cuba.
Eran las 5 y 30 de la tarde, seguía relatando el ángel , Doña Leonor tenía al morir 78 años y pasaba largas horas con los recuerdos que conservaba en su memoria de su amado Pepe, ya viuda, casi ciega, desamparada, sin recursos para valerse, Doña Leonor había vivido al amparo de su hija Amelia.
Nunca recibió ayuda de la República que su hijo concibió para los cubanos, y ella, mujer de entereza y rebeldía, creadora junto a su esposo de una familia de muchos vástagos virtuosos, nada reclamó.
Tres de sus hijas (Antonia, Carmen y Leonor) fallecieron antes que ella. Igualmente la anciana perdió a varios de sus nietos, por las duras condiciones que atravesaba la familia.
La vida arriesgada elegida por “Pepe” agotaría el corazón materno desde que fuera encarcelado siendo apenas un niño, hasta que cayó combatiendo por la libertad en los campos del oriente de Cuba, el 19 de mayo de 1895
¡Cuánto sufrimiento y nobleza en aquella madre! Al llegar a sus manos la última carta del hijo que ya estaba dentro de la guerra, le alivió su ternura: “…conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre”. Al mes siguiente, él moriría en combate.
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