La película biográfica del cantante, respaldada por sus herederos pero que cubrirá también sus etapas más oscuras, retrasa su estreno a 2026 y se divide en dos partes por la aparición de un documento que prohíbe la aparición de un personaje clave
Cuando la película biográfica de Freddie Mercury Bohemian Rhapsody se convirtió en la sexta película más taquillera en el mundo de 2018 ocurrió lo que tenía que ocurrir: que se pusieron en marcha decenas de proyectos biográficos con grandes iconos musicales como protagonistas. Todos cortados con un patrón parecido al del líder de Queen: algo más parecido a la hagiografía, una visión suavizada, desinfectada y dispuesta para ser consumida por todos los públicos. ¿Drogas? Las justas. ¿Homosexualidad? A oscuras, sugerente y sugerida. Así llegaron películas que dejaron a crítica y público fríos, como las historias de Bob Marley, Whitney Hoston o Amy Winehouse. En otras ocasiones se jugaba al riesgo, a contar la historia de un artista poliédrico con la ayuda de elementos fantásticos (Rocketman, sobre Elton John) o directamente protagonizada por un mono (Better Man, sobre Robbie Williams). La primera recibió buenas críticas y una taquilla respetable, la segunda recibió buenas críticas y perdió millones de dólares. El proyecto de una película sobre Madonna, supervisada por la propia Madonna, lleva años sin rumbo cambiando de guionistas o director. Lo último que se ha sabido es que podría ser una serie.
Y luego está ese otro nombre en el que todo el mundo piensa pero cuya historia completa era, aparentemente, imposible de contar ante un público masivo: Michael Jackson. Pero en 2023 se confirmó el proyecto. Su protagonista es Jaafar Jackson (sobrino del fallecido rey del pop), el director es Antoine Fuqua (considerado una opción ideal por ser un director negro y con experiencia en vídeos musicales) y, aquí llega la parte más llamativa, con la supervisión y aprobación de los herederos del artista.
Esto hizo pensar, en un primer momento, que se trataría de una biografía tan limpia que sería casi ficción, una visión idealizada y endulcorada de un artista que pasó de ser un auténtico ídolo masivo y un dios para sus admiradores, un hombre que rompió todas las barreras y consiguió ser una auténtica celebridad entre personas de cualquier país y cualquier edad, a una criatura excéntrica, con un físico alterado por los excesos quirúrgicos y varias acusaciones a sus espaldas por abuso sexual de menores. ¿Cómo contar todo esto, pensó el público? Sin contar la segunda parte.
Así lo consideraron incendiarias columnas publicadas poco después del anuncio del inicio del rodaje. Dan Reed (director de Leaving Neverland) publicó un texto en The Guardian, titulado Esta película sobre Michael Jackson glorificará a un hombre que abusó de niños, que decía: “Lo que nos dice la ausencia de indignación que acompañó al anuncio de esta película es que el poder de seducción de Jackson sigue vivo y opera desde el más allá. Parece que la prensa, sus fans y la gran mayoría de la población mayor que creció amando a Jackson están dispuestos a dejar de lado su relación enfermiza con los niños y simplemente seguir la música”.
Pronto se reveló que no sería así. Que ningún aspecto de la vida de Jackson quedaría fuera de la historia. Y la intriga solo aumentó: ¿cómo iban a convivir esas dos realidades, la del dios y el monstruo? Por un lado, el legado musical de Jackson es tan intachable que ha sobrevivido a la caída de imagen más estrepitosa que se recuerda en la historia del pop. La popularidad de sus canciones lo mantiene entre los 100 artistas más escuchados de Spotify y los espectáculos que llevan su música y su nombre siguen triunfando alrededor del mundo. MJ The Musical lleva recaudados 256 millones de dólares y ha coleccionado nominaciones a los Tony. Si Michael Jackson fue víctima de eso que llaman cultura de la cancelación está claro que el público no se enteró.
Su caso es el de una obra que ha sobrevivido literalmente a su creador, porque Michael Jackson, el hombre, sí que es un personaje problemático para gran parte de la población, acusado del que es probablemente el crimen que inspira menos piedad: el abuso infantil. No solo eso: es también un hombre excéntrico, solitario, dueño desde los 30 años de un rostro indescriptible. Y la película habla de Michael Jackson, el hombre (de hecho, se titular Michael). Teniendo todo esto en cuenta, Michael se enfrentaba a una bomba nuclear en su propio planteamiento: un protagonista con el que sería imposible que el espectador medio lograse identificarse, alguien acusado de hacer actos impensables y sometido a unas cirugías que en el tercer acto habrían cambiado por completo al personaje que habíamos conocido en el primero.
¿Cómo abordar el conflicto? Las medias tintas son impensables en este sentido. Admitir que Jackson pudo haberlo hecho (poco probable, dado que su familia está envuelta en la película y está producida por los dos gestores del patrimonio de Michael Jackson, el abogado John Branca y el capo de las discográficas John McClain, que siempre han defendido su inocencia) haría que los millones de fans que defienden su inocencia boicoteasen la película (y los fans de Michael Jackson son especialmente apasionados). Negar rotundamente que lo hizo haría que el público generalista frunciese el ceño y sería fácil catalogar la cinta como una limpieza de imagen por parte de sus herederos y una estrategia para que su música y legado sigan dando millones de dólares en beneficios.
La última noticia sobre la película confirma que hay referencias a la denuncia de 1993 y que esas referencias, de hecho, han puesto la producción en problemas. En la película, según ha informado la web Puck, hay escenas que incluyen a uno de los menores que acusó a Jackson. Pero se rodaron antes de conocerse que en el acuerdo que la familia del menor firmó posteriormente con el artista para retirar la acusación se contemplaba que el menor no aparecería en posibles dramatizaciones de la vida de Jackson. Esto, según Puck, se debe a que los herederos desconocían esta cláusula y su aparición estropea todo el tercer acto de la película y obliga a reescrituras y grabaciones adicionales (que tendrán lugar en junio).
No es la primera vez que el laberinto legal que fue la vida de Michael Jackson vuelve del pasado para alterar las cosas: en 2024 el documental Leaving Neverland, gran sensación del festival de Sundance de 2019 y uno de los más comentados del siglo,fue permanentemente retirado de la plataforma HBO después de que sus herederos luchasen durante años argumentando que una cláusula de un contrato de Michael Jackson con la propia HBO en los años noventa (a cambio de hacerse con los derechos de emisión de varios conciertos de la gira Dangerous) evitaba que la plataforma pudiese, en el futuro, producir o emitir cualquier contenido que comprometiese la imagen del cantante.
La decisión de los productores de Michael podría convertir la solución en un problema. La película, según las últimas noticias, podría dividirse en dos entregas (nada comparado con la de los Beatles de Sam Mendes, que se contará en cuatro). Una de ellas contaría desde su infancia como niño prodigio hasta la publicación de Off The Wall (1979), que lo confirma como genio musical, y la siguiente contando su auge y gloria durante los ochenta a partir de Thriller y… todo lo que ocurrió después.
Esto no solo daría tiempo a los productores para enfrentarse a ese puzzle dramático irresoluble que son los últimos años de Jackson y al problema que tienen en su tercer acto al no poder sacar en la película a un personaje que es clave en ella por cuestiones contractuales, sino que les da, al menos, una primera parte que sería una película incontestable para todo el mundo, los que creen en su inocencia y los que no: esa película en la que Michael es un niño de familia humilde que se hace famoso en todo el mundo por su genio precoz, después un adolescente atrapado en un grupo (los Jackson 5) que no le hace del todo feliz y, al final, un jovencito vibrante, libre y talentoso que publica un disco que lo cambia todo. ¿Quién no querría verla? El problema, claro, seguirá siendo la segunda.
El biopic de Michael Jackson, en el que se han invertido por ahora 155 millones de dólares, llega en una época en la que parece que se empieza a abrir la puerta, tímidamente, a artistas y celebridades que habían caído en desgracia, lo que algunos considerarían víctimas de la llamada cultura de la cancelación. En los últimos meses,
muchas figuras cuestionadas han vuelto al ojo público y han recibido homenajes. Armie Hammer, acusado de abusos sexuales, se ha convertido en una estrella de los podcasts y ha rodado un western; Kevin Spacey, acusado de lo mismo, ha recibido un tímido homenaje en Cannes por parte de la fundación Better World y tiene un thriller pendiente de estreno; y el fotógrafo también acusado de abusos sexuales Terry Richardson ha vuelto a ponerse tras la cámara en campañas de moda y portadas de revistas después de ser vetado en el mundo de la moda en 2017. Es posible que el estreno de Michael en 2026 llegue en una época dorada para el olvido cuando haya pasado casi una década desde el caso Weinstein y el movimiento #MeToo, que hizo que se mirase de otra manera a los hombres poderosos. El caso de Michael siempre ha sido, además, muy complicado como para vetarlo. Cuando las canciones están tan unidas a la memoria emocional de tantas generaciones, el veto no es fácil. Tal vez por eso Hollywood cree jugar sobre seguro: Michael Jackson podrá ser una figura controvertida, pero los recuerdos que millones de personas asocian a Thriller o Billie Jean son imposibles de cancelar.
Tomado de elpais Guillermo Alonso
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