Aunque José Martí tenía solo 16 años cuando Carlos Manuel de Céspedes se levantó en armas, y no llegó a conocerlo personalmente, sí puede alegarse con hechos el gran respeto que el Maestro sintió por la personalidad del Padre de la Patria, quien llegaría a ser el Presidente de la República en Armas.
Martí lo toma como un referente ineludible, como una personalidad icónica dentro las gestas emancipadoras del pueblo cubano. Así a pesar de su corta edad escribe el poema “¡10 de Octubre!” en el que vio la grandeza del prócer bayamés en aquel acto antológico que dio inicio a la gesta independentista el 10 de octubre de 1868, cuando en su ingenio Demajagua les concedió la libertad a sus esclavos y los exhortó a que lo secundaran en la lucha contra el colonizador español.
En un trabajo que publicó el 10 de octubre de 1888 en El Avisador Cubano, en Nueva York, Martí traza un bello y exaltado paralelo entre las personalidades de Céspedes y Agramonte. “De Céspedes el ímpetu, y de Agramonte la virtud. Él uno es como el volcán, que viene tremendo e imperfecto, de las entrañas de la tierra; y el otro es como el espacio azul que lo corona”, escribió con su turgente brío de poeta.
Ese trabajo finaliza con estas palabras dignas de un gran héroe: “fue Céspedes, de sueños heroicos y trágicas lecturas, el hombre a la vez refinado y primario, imitador y creador, personal y nacional, augusto por la benignidad y el acontecimiento, en quien chocaron, como en una peña, despedazándola en su primer combate, las fuerzas rudas de un país nuevo, y las aspiraciones que encienden en la sagrada juventud el conocimiento del mundo libre y la pasión de la República!” Y, finalmente, conmina el Apóstol: “En tanto, ¡sé bendito, hombre de mármol!”
Casi cien años después, José Lezama Lima, admirador incondicional de Martí, en su escrito “Céspedes: el señorío fundador” ve como nuevos hechos “devolvían la eternidad a Céspedes”. Y allí donde Martí apuntaba que “sin más armas que un bastón de carey con puño de oro, decidió, cara a cara de una nación implacable quitarle para la libertad su posesión más infeliz, como quien quita a una tigre su último cachorro”; Lezama ve el señorío fundador del Padre de la Patria en la “eternidad germinativa del carey”.
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