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El Plan de la Fernandina es la materialización del ideal de Martí

Publicación: 18 Feb, 2025

Corría los últimos días de 1894, en Florida, las familias de exiliados cubanos se disponían para celebrar la fecha, pero no así para un reducido grupo de hombres, entre ellos José Martí, que vivían afligidos temor de verse sorprendido de un momento a otro por las fuerzas policiales estadounidenses. No era alucinación de seguimiento, ni mucho menos paranoia lo que invadía la mente de aquellos patriotas, sino plena conciencia de encontrarse en el punto de mira del espionaje español desde hacía ya algún tiempo.

Este grupo de revolucionarios cubanos se preparaban para llevar a cabo el plan de la Fernandina concebido por Martí, y consistía en la salida de EUA de tres embarcaciones, que, saliendo en distintas fechas, ajustaran sus recorridos para desembarcar en la isla de Cuba por puntos diferentes simultáneos: un primer barco recogería a Maceo en Costa Rica para desembarcar en oriente. El “Amadis” partiría con su carga de armas disimuladas en varios alijos, y con los Mayores Generales Serafín Sánchez y Carlos Roloff, para desembarcar en Las Villas.

El “Baracoa” recogería a José Martí y al Generalísimo Máximo Gómez, en República Dominicana para llevarlos a Camagüey. Cada uno de ellos con grupos de patriotas decididos. Era la flota libertaria.

Varios años costó a Martí y sus colaboradores alcanzar la organización necesaria tanto dentro como fuera de Cuba para reiniciar de una vez por todas la gesta comenzada por Carlos Manuel de Céspedes. Sin embargo, el Apóstol creía que tanto trabajo pronto tendría como recompensa el definitivo grito de lucha

Pero todo quedó frustrado ese día aciago cuando los buques fueron abordados en el puerto de La Fernandina por las autoridades norteamericanas que se incautaron de las armas y confiscaron los buques. Más de tres años de trabajo silencioso y 58 mil dólares recaudados centavo a centavo quedaron perdidos. Era el dinero de los tabaqueros cubanos radicados en Tampa y Cayo Hueso, todos muy pobres y muy patriotas, que maldijeron al presidente norteamericano mister Cleveland de donde partió la orden de confiscamiento de esos buques y armas. Por pura suerte, no capturaron a ninguno de los patriotas que aún no habían embarcado.

¿Qué sucedió?  El propio Martí lo explica en una carta enviada el 17 de enero de ese mismo año a Juan Gualberto Gómez:

“(..) desde principios de diciembre viví con agonía, porque al haber de confiarme a un coronel cubano escogido por un grupo de expedicionarios para conducirlos, se negó; ya en los días mismos de salir, de hacerlo en las condiciones aceptadas por las cabezas de los demás grupos, aseguró por su honor que podría proporcionarme para su grupo un barco en condiciones preferibles, y después de saber que no lo podía conseguir, y de haber revelado a pesar de eso su objeto; me obligó a ir en persona, usando de un nombre que no estaba autorizado a usar, a la misma oficina donde con ese nombre había contratado felizmente mi agente un vapor, cuyo hecho ya sabía el coronel antes de hacerme ir y sólo me advirtió al final de la conversación.

Tomás Collazo y Enrique Loynaz del Castillo, dos de los testigos presenciales de la fatalidad, coincidieron en el impacto emocional causado por aquel infortunio en el Delegado del Partido Revolucionario Cubano: “Revolvíase como un loco en el pequeño espacio que le permitía la estrecha habitación…”

Pese a esto, apenas terminaba de lamentarse y ya escribía a su fiel agente y amigo José Dolores Poyo:

“Nos vamos a ver y entonces hablaremos. No tema de mí. Se padecer y renovar. La cobardía, o más, de un hombre inepto, se nos clavó de arrancada en la obra grande. Renaceremos. Nos rodean y ayudan hoy mayor respeto y mayor fe que nunca; no quiero hablar ni podría. Allá voy en cuanto asegure, o deba abandonar lo que aquí defiendo ¿Me quiere todavía? Su Martí”.

Si bien esta situación, que echaba por tierra todo el plan tan minuciosamente organizado y coordina,  frustró el intento de romper con las cadenas del yugo colonial, valió para demostrar la capacidad organizativa y de liderazgo de José Martí y, de paso, reavivar el espíritu de lucha.

En apenas unos meses, el Maestro lograría llegar a territorio antillano antecedido por todo un ejército dispuesto a culminar la labor iniciada en 1868. El hecho nombrado por la historia como “Plan de la Fernandina” quedó impregnado en el tiempo como ejemplo incomparable de la genialidad de un hombre capaz de reinventarse una y otra vez.

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