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«Confundir sueño con realidad es algo que a los humanos nos viene ocurriendo desde que estamos sobre este planeta», explica Aníbal Bueno

Publicación: 1 May, 2025

Categorías: Curiosidades

Descubre en esta entrevista exclusiva con Aníbal Bueno, autor de ‘Historia de la superstición’ (Pinolia, 2024), cómo las supersticiones, lejos de ser un vestigio del pasado, siguen moldeando nuestra forma de ver el mundo gracias a los mecanismos evolutivos y psicológicos que las originaron.

A lo largo de los siglos, la humanidad ha buscado entender los fenómenos que la rodean, y en esa búsqueda nacieron las supersticiones. Estos sistemas de creencias, aparentemente irracionales desde una óptica moderna, no son más que herramientas evolutivas que nos ayudaron a sobrevivir en un mundo lleno de incertidumbres. Aunque hoy en día parezcan anacrónicas en una sociedad fundamentada en la ciencia, las supersticiones siguen ejerciendo una poderosa influencia en nuestras vidas. Desde no pasar bajo una escalera hasta confiar en amuletos para la suerte, estas prácticas están profundamente arraigadas en nuestra psicología.

Pero, ¿por qué persisten? La respuesta no se encuentra solo en la tradición cultural, sino también en la biología y la psicología humanas. Nuestros cerebros están diseñados para buscar patrones y conexiones, incluso cuando no existen. Este mecanismo, que fue crucial para detectar peligros en nuestros ancestros, se manifiesta ahora en formas más sofisticadas, como creer en causas mágicas para sucesos cotidianos. Cuando asociamos un evento con otro —como usar un objeto «de la suerte» antes de un logro importante— estamos siendo víctimas del pensamiento supersticioso, una reminiscencia de nuestra historia evolutiva.

Las supersticiones también nos ofrecen consuelo. En un mundo donde el azar y la incertidumbre son inevitables, estas creencias nos dan la ilusión de control, aliviando la ansiedad. De esta forma, se convierten en una estrategia psicológica para lidiar con el estrés. Desde la antigüedad, prácticas como el chamanismo ofrecían respuestas espirituales a preguntas sin solución aparente, ayudando a las comunidades a manejar el miedo a lo desconocido.

Sin embargo, no todas las supersticiones son inocuas. En muchos casos, estas creencias han alimentado prejuicios y prácticas dañinas. La caza de brujas en la Edad Media, por ejemplo, es un recordatorio de cómo el pensamiento supersticioso puede justificar actos atroces. Incluso hoy, las pseudociencias, como la astrología o las terapias alternativas, pueden desviar a las personas de soluciones basadas en evidencia científica.

Este fascinante entramado de creencias ha sido estudiado por Aníbal Bueno en su libro Historia de la superstición, publicado por la editorial Pinolia. A través de un análisis riguroso, el autor desentraña los orígenes evolutivos de las supersticiones, su impacto cultural y cómo han evolucionado en la era moderna. Para comprender mejor este fenómeno, hemos conversado con él en una entrevista exclusiva, en la que explora las bases científicas y psicológicas de estas creencias que nos siguen acompañando.

La historia de la superstición: Un viaje a las raíces del pensamiento irracional

Pregunta. En el primer capítulo, exploras cómo nuestra percepción y lógica pueden llevarnos a formar creencias erróneas. ¿Cuáles crees que son los errores perceptivos más comunes que contribuyen a las supersticiones?

Respuesta. Sin duda, todos hemos percibido cosas que no existen. El problema radica en que nuestros sentidos no son perfectos y, en ocasiones, nos engañan. Existen alucinaciones visuales (y auditivas) muy comunes. Y nuestro cerebro, cuya función es dar sentido a todo lo que ocurre, crea una interpretación errónea que tomamos por buena, pues es la única que tenemos. Además, estas realidades que creamos son más intensas aún cuando nos encontramos en momentos de estrés o necesitamos respuestas rápidas.

Si estamos solos, muertos de miedo, en un tétrico lugar poco iluminado, es fácil que interpretemos cualquier movimiento o luz fugaz como una presencia paranormal. Del mismo modo, confundir sueño con realidad es algo que a los humanos nos viene ocurriendo desde que estamos sobre este planeta: el sueño consta de varias fases que, cuando se alteran, nos pueden llevar a situaciones donde experimentamos vívidamente cómo alguien se aproxima a nosotros mientras nuestro cuerpo permanece inmóvil. La famosa parálisis del sueño tiene una explicación biológica muy clara. Lo mismo ocurre con las sensaciones extracorpóreas o la luz al final del túnel que dicen presenciar las personas que han tenido experiencias cercanas a la muerte. Todo viene dado por errores perceptivos que nuestro cerebro interpreta de una manera concreta pero que, analizado desde la ciencia, tiene otra explicación.

Rostro humano con ojos cerrados emergiendo entre nubes abstractas y coloridas, rodeado de tonalidades cálidas y formas difusas, simbolizando la conexión entre los sueños, las creencias y la imaginación
Con Historia de la superstición, Aníbal Bueno invita a reflexionar sobre los mitos y creencias que nos definen. Foto: Istock

P. Hablando de las falacias lógicas, ¿cuál consideras que es la falacia más prevalente que alimenta las supersticiones en la sociedad actual?

R. Existen muchas falacias que bloquean los razonamientos y nos llevan a conclusiones erróneas. Además, algo característico de las falacias es, precisamente, que tienen apariencia de argumentos válidos, cuando no lo son. Es por ello que cuesta tanto identificarlas y, sobre todo, reconocer que se ha caído en una.

Es difícil señalar cuál es la falacia que más contribuye a la superstición, pues el pensamiento mágico y los mitos suelen sustentarse en un conglomerado de ellas. Estas son algunas de las más extendidas:

  • La afirmación del consecuente: ocurre cuando partiendo de una implicación damos por hecho erróneamente que es aplicable también a la inversa. Por ejemplo, sabemos que si Juan tiene el poder de la adivinación, entonces podrá acertar mi fecha de nacimiento. La falacia sería considerar que si Juan adivina mi cumpleaños, entonces es porque es adivino. Sobra decir que le pueden haber chivado el dato.
  • Correlación coincidente: consiste en afirmar que una cosa es causa de otra, simplemente porque ocurren a la vez. Esta falacia se da mucho en el mundo de la pseudociencia y la mal llamada medicina alternativa. Consistiría, por ejemplo, en afirmar que si he tomado homeopatía y me he curado del resfriado, esto implica que la homeopatía funciona para sanar esta patología. Evidentemente, de un resfriado uno se cura con el tiempo.
  • Las falacias de apelación a la tradición y/o apelación a la naturaleza: en este caso el argumento falaz consiste en afirmar que algo es bueno porque “lleva mucho tiempo haciéndose” (las famosas tradiciones milenarias) o “porque es natural”. Se cae mucho en este tipo de malas argumentaciones, no hay más que ver cómo en la publicidad nos venden algunos productos como “100% naturales”, como si eso fuera, per se, algo positivo. La realidad es que el hecho de que algo sea ancestral no quiere decir nada en su favor; recordemos que la esperanza de vida en China creció exponencialmente desde que se comenzó a abandonar la medicina tradicional. Del mismo modo, que algo sea natural no implica que sea bueno: el veneno de una cobra es 100% natural.
  • La falacia anecdótica es otra de las más empleadas: consiste en presentar un caso aislado (una anécdota) como si se tratase de un dato estadístico significativo. Es muy utilizado en diversos escenarios políticos, por ejemplo a la hora de culpabilizar a los inmigrantes de la delincuencia, haciendo uso de noticias concretas. También, en el área de la pseudomedicina, se presentan como pruebas irrefutables testimonios aislados de pacientes supuestamente curados, en lugar de hacer uso de ensayos clínicos.
  • Por último, mencionar la falacia del falso dilema: su mecanismo es llevar al interlocutor a una encrucijada que le haga, necesariamente, tener que elegir entre dos opciones. El truco aquí se encuentra en que, pese a que a veces pase desapercibida, existe alguna otra alternativa más allá de las dos presentadas. Este sería un ejemplo: “¿No crees en el tarot? Entonces es que tienes la mente muy cerrada”. Evidentemente uno puede no creer en el tarot y el motivo ser distinto al de tener la mente muy cerrada, aunque se nos presente esta falsa disyuntiva.

P. En el capítulo sobre sesgos cognitivos, mencionas el sesgo de conformidad con el grupo. ¿Cómo crees que la presión social afecta la permanencia de ciertas supersticiones?

R. La presión social es un factor esencial a la hora de perpetuar las supersticiones. Ya lo demostró en los años 50 el psicólogo Solomon Asch, quien con una serie de experimentos llegó a la conclusión de que los humanos, con tal de encajar socialmente, somos capaces de modificar nuestro criterio, pero no solo mintiendo, sino incluso cambiando nuestra percepción real de los hechos de manera inconsciente. Esto lo saben bien los expertos en marketing, y de ahí la importancia de las reseñas a la hora de presentar un producto: nos convence de forma extraordinaria lo que opine la mayoría.

De hecho, es solo bajo la influencia de este fenómeno que se explica la caza de brujas en Europa, una creencia surrealista, pero con la que prácticamente la totalidad de la población convivía y aceptaba con normalidad. O el hecho de que la religión venga determinada por el lugar de nacimiento, pues es lo que creen las personas de nuestro alrededor lo que guía las creencias propias.

P. Analizas la «disonancia cognitiva» como motivo de muchas creencias irracionales. ¿Podrías darnos un ejemplo de cómo este mecanismo refuerza algunas supersticiones populares?

R. La disonancia cognitiva es esa molestia que experimentamos cuando albergamos creencias contradictorias. Cuando se instalan en nosotros dos corrientes de pensamiento que son opuestas entre sí. El hecho de que este sea un sentimiento desagradable se debe a que nos genera incertidumbre y nos aleja de una situación de control sobre la cual podamos hacer predicciones, algo fundamental para nuestra estrategia de supervivencia.

Pero no es la disonancia cognitiva en sí misma la que empuja a la superstición. Son los mecanismos de los que hacemos uso para alejarnos de esa molesta sensación. Se ha demostrado que cuando entramos en un conflicto disonante, en lugar de analizar cuál de las dos creencias posee más evidencia a su favor lo que realmente hace nuestra mente es abrazar con fuerza la creencia previa, la que ya estaba allí enraizada por más tiempo, y buscar compulsivamente cualquier detalle que nos permita preservarla y así rechazar la nueva propuesta. A este mecanismo se le llama “sesgo de confirmación”.

El sesgo de confirmación es un efecto que todos experimentamos y que hace que percibamos con mayor intensidad aquellos datos que confirman lo que ya pensamos y que apenas prestemos atención a los datos que refutan nuestras creencias. Si confiamos en los poderes de un curandero nuestro cerebro dará gran importancia a los pacientes que mejoran tras ser tratados por él y no se fijará en aquellos que no lo hagan (o buscará excusas para justificarlo, del tipo “esta persona no estaba emocionalmente preparada para sanar”). Del mismo modo, si somos seguidores de un vidente cada uno de sus aciertos será testimonio claro de sus poderes paranormales, mientras que los errores pasarán completamente desapercibidos o se justificarán de cualquier forma que nos resulte convincente a nosotros mismos. Así es como nuestra mente evita la disonancia cognitiva, haciéndonos ver lo que queremos ver para no cambiar de opinión.

«La disonancia cognitiva es esa molestia que experimentamos cuando albergamos creencias contradictorias».Aníbal Bueno

P. En el capítulo “Creer vs. Saber”, tocas temas de pseudociencia y religión. ¿Cómo equilibras el respeto por las creencias con la crítica desde el pensamiento racional?

R. Aquí creo que se confunden dos conceptos. Una cosa son las creencias irracionales y otra son las personas que tienen dichas creencias. Las personas, tengan las creencias que tengan, han de ser respetadas siempre. Y hemos de respetar profundamente también el derecho de dichas personas a creer lo que estimen oportuno. Sin embargo, no tiene ningún sentido hablar de “respetar creencias”. Una creencia ha de ganarse la credibilidad, mediante la argumentación y los razonamientos pertinentes y siempre ha de estar sometida a escrutinio o crítica. De lo contrario, nos veríamos abocados a la obligatoriedad de aceptar cualquier majadería, lo cual no parece muy razonable.

Un análisis racional honesto ha de llevarnos a señalar los argumentos y las creencias que consideramos inconsistentes, absurdas o erróneas con total libertad y franqueza, siempre con el máximo respeto a las personas que los sustenten. Del mismo modo, hemos de estar dispuestos a que se pongan en entredicho nuestros argumentos y creencias, al mismo tiempo que a exigir respeto hacia nuestra persona. Ese es el juego intelectual.

En resumen. La palabra “respeto” es únicamente aplicable a las personas. Las creencias siempre son —y han de ser— criticables, por el propio bien de la libertad de expresión y de pensamiento; y por la propia evolución de la sociedad.

Aníbal Bueno
Aníbal Bueno, autor de «Historia de la superstición», publicado por Pinolia (2024). Fotografía cedida por el autor

P. Cuando hablas de la «superstición animal», ¿cuáles son algunos comportamientos en animales que nos ayudan a entender la base evolutiva de nuestras propias supersticiones?

R. Parece evidente que el concepto “superstición” es exclusivamente aplicable a comportamientos o creencias humanas. No obstante, cuando buscamos los orígenes biológicos de algún fenómeno siempre hemos de acudir a una visión evolutiva y, por tanto, analizar qué rasgos similares podemos encontrar en otros animales.

Diversos psicólogos y etólogos se han interesado por el concepto “superstición animal”, llevando a cabo experimentos para dilucidar si otros animales también inventan falsas creencias. Los resultados parecen indicar que sí.

Quizá el experimento más famoso al respecto es el que llevó a cabo el psicólogo estadounidense B.F. Skinner, en la década de los cuarenta, con un conjunto de palomas. Observó que si estas aves se encontraban realizando algún tipo de movimiento concreto (picotear, girar sobre sí mismas o extender las alas) en el momento en el que recibían alimento en su jaula, entonces tenderían a repetir compulsivamente ese gesto, creyendo que existe algún tipo de relación con la obtención de la comida. Del mismo modo, se ha visto en experimentos con macacos que estos son capaces de inferir normas y reglas complejas (que realmente no existen) cuando creen que su aplicación les acerca a conseguir alimento.

Por tanto, existen indicios en otros animales de, al menos, el establecimiento persistente de relaciones causales falsas, lo cual es el germen de toda superstición.

P. Al discutir el chamanismo y la prehistoria, ¿cuál crees que fue el rol del chamán en el surgimiento de las primeras creencias supersticiosas?

R. Tal como hemos mencionado, parece que las creencias supersticiosas no surgieron en una época concreta de nuestra historia como especie sino que simplemente son una forma más sofisticada de un mecanismo que ya poseíamos en estadios evolutivos anteriores. Por lo que siempre nos habría acompañado. Indicios hay de sobra para pensar que esto es así.

En este contexto, la figura del chamán puede verse como un producto fruto de esos sentimientos supersticiosos, que se materializa para dar respuesta a las necesidades espirituales de la comunidad. Para tratar de reducir la incertidumbre sobre el futuro, la muerte, el más allá o la salud. Al fin y al cabo, ese es el papel social fundamental de adivinos, curanderos o sacerdotes: ayudar a las personas a ser más felices, reduciendo la incertidumbre y proporcionando verdades absolutas e irrefutables donde solo había dudas y desasosiego. Se trata de bálsamos sociales que reducen la ansiedad general y proporcionan un bienestar global necesario para la convivencia, a través de explicaciones espirituales. Ese fue el rol de los chamanes, el mismo que tienen hoy en días los líderes religiosos.

Detalle de un reloj astronómico con signos zodiacales en espiral dorada sobre un fondo azul estrellado, representando la simbología clásica de la astrología y su conexión con los ciclos celestes
La astrología, una práctica milenaria que busca respuestas en los cielos, sigue cautivando a millones pese a la falta de evidencias científicas. Foto: Istock

P. En el capítulo sobre supersticiones de distintas épocas, como la Edad Media, ¿cuáles creencias o prácticas de esa época te parecen más fascinantes o incomprensibles desde nuestra perspectiva moderna?

R. Lo cierto es que la Edad Media tiene muy mala fama. Siempre es asociada a una etapa oscura de nuestra historia y eso no es del todo justo. De hecho, la gran mayoría de ejecuciones de supuestas brujas, pese a que se asocie a esta época, tuvo lugar en la Edad Moderna, tras el Renacimiento. Aún así, la Edad Media nos deja multitud de interesantes supersticiones.

Una de mis favoritas es la que tiene que ver con el tráfico de cuerno de unicornio. Y es que durante décadas existió, en los pueblos del sur de Europa, la convicción de que los unicornios existían. Tanto era así que había todo un comercio de este material, utilizado entre otras cosas para otorgar potencia extra a determinadas pociones e incluso para elaborar jarras inmunes al veneno, con la finalidad de que los monarcas pudieran beber tranquilamente. Recientes investigaciones sugieren que lo que ocurría realmente era que se importaba, desde los países nórdicos, el colmillo de narval (un animal marino que habita los mares del Ártico) y se hacía pasar por cuerno de unicornio en latitudes donde ni siquiera se sabía de la existencia de este cetáceo.

Otra fascinante superstición de esta época es la de los tempestarios. Diversos escritos de entonces hacen referencia a esos extraños seres que supuestamente habitaban los cielos, en concreto una ciudad de nombre Magonia. Estos tempestarios, según decían, surcaban el aire en barcos voladores de madera y se dedicaban a manipular el clima, creando tempestades a su antojo (de ahí su nombre). Estas tormentas eran muy temidas por marineros y agricultores.

Lo peculiar de la historia de los tempestarios es que se trata de un magnífico ejemplo de cómo los anhelos y miedos humanos son idénticos sea cual sea la época en la que nos encontremos. A día de hoy, mucha gente cree en lo que se conoce como “chemtrails”, unos enigmáticos aviones que sobrevuelan nuestras cabezas dejando un rastro químico capaz de modificar las condiciones meteorológicas: crear nubes, evitar lluvias, formar tempestades, etc. Como vemos, ya no se habla de barcos de madera, pero la misma superstición persiste, adaptándose a la tecnología del momento.

«Lo peculiar de la historia de los tempestarios es que se trata de un magnífico ejemplo de cómo los anhelos y miedos humanos son idénticos sea cual sea la época en la que nos encontremos».Aníbal Bueno

P. En «La nueva era de la superstición», exploras la popularidad de ciertas pseudociencias. ¿Por qué crees que prácticas como la astrología siguen siendo tan atractivas hoy en día?

R. Cuando uno comprende cómo funciona nuestra mente a la hora de interpretar los hechos que nos ocurren y de gestionar miedos y deseos (algo que he tratado de desgranar en esta obra) es fácil entender los motivos que hacen que la superstición sea una constante en cualquier sociedad, por científica y racional que sea. Al fin y al cabo se trata de comportamientos asociados a nuestra manera de entender el mundo y de salir adelante en él. Es nuestra base biológica y psicológica.

El caso de la astrología en concreto es muy representativo. Desde los albores de la humanidad siempre hemos buscado respuestas en los cielos, ya lo hacían los romanos y los griegos con los auspicios (interpretación del vuelo de las aves para descifrar el porvenir), también en aquella Edad Antigua se trataban de leer las intenciones divinas según la forma en la que cayesen los rayos en el firmamento.

La astrología, que tuvo sus comienzos en la era babilónica, permite interpretar el futuro de una persona a través de la posición de las estrellas en el momento de su nacimiento. Es una práctica que en Occidente ha sido reinterpretada y vuelta a poner de moda gracias al movimiento espiritual new age, nacido en EEUU en los años setenta. Y, pese a todos los estudios científicos que no han visto correlación alguna entre la forma de ser (la personalidad) y el momento del año en el que se nace, esta pseudociencia goza de muchos adeptos.

Si uno acude a las bases mismas de la astrología y el horóscopo puede ser testigo de los fallos garrafales en los conceptos astronómicos en los que dice sustentarse. La NASA ya advirtió en un comunicado en el año 2.016 que las constelaciones en las que se basa este método de adivinación están mal establecidas por diversos motivos: i) los babilonios decidieron no incluir una constelación (Ofiuco) para que los signos zodiacales encajasen mejor en los meses del año; ii) las constelaciones en la bóveda celeste van cambiando con los siglos, por lo que no tiene sentido un sistema que no se actualice; iii) las constelaciones son de distinto tamaño, por tanto el Sol pasa más tiempo en unas que en otras y carece de lógica que los signos zodiacales tengan duraciones temporales similares; iv) las constelaciones que vemos en el momento de un nacimiento no están realmente ahí, teniendo en cuenta lo que tarda la luz en viajar desde las estrellas hasta nosotros (pudiendo incluso haber ya desaparecido alguna de estas estrellas que vemos con claridad); y v) las constelaciones no existen como tal, más allá de una mera proyección visual desde la Tierra. Es decir, se trata de una efecto óptico desde nuestra posición. Las estrellas que conforman una constelación están a años luz de distancia unas de otras, pertenecen a nubes moleculares diferentes, por lo que solo existen desde nuestro punto de vista, tratándose de una proyección. Esto nos devuelve a un escenario geocéntrico, pre-darwiniano, en el que volvemos a considerarnos el ombligo del mundo, el pueblo elegido, el lugar del cosmos preciso desde el que interpretar las señales divinas. La NASA concluía su comunicado afirmando: “Nosotros estudiamos la astronomía, que es una ciencia que atiende a las evidencias y no la astrología, que es una pseudociencia; por lo que nuestras observaciones no han de afectar de forma alguna a esta segunda”.

P. Para finalizar, mencionas los beneficios de las supersticiones y su posible futuro. ¿Crees que las supersticiones están en declive o que evolucionarán junto con los avances en ciencia y tecnología?

R. La superstición ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Tal como he mencionado, la tendencia a la superstición forma parte de nuestra impronta y parece que nos acompañará a lo largo de toda nuestra historia en este mundo. Uno puede tener la tentación de pensar que cada vez se reduce el pensamiento supersticioso: menos personas creen en dioses, en males de ojo o en la mala suerte del número trece. Y no iría desencaminado, pero lo que ocurre es que esas mismas personas están comenzando a creer en otras cosas: el horóscopo, el reiki, las energías, el karma o “el universo que hace que todo ocurra por algo”. Se trata de una metamorfosis de algo que siempre está ahí. En Occidente, en nuestros días, es la tendencia new age la que podríamos etiquetar como “religión en mayor crecimiento”, frente a las abrahámicas tradicionales.

Se ha demostrado en diversos estudios que en aquellos países donde la religión era prohibida o perseguida (por ejemplo, en algunas dictaduras comunistas), siempre se disparaban las creencias en otro tipo de supersticiones. Lo cual nos hace ver que la mente necesita ese sustento en lo intangible, en lo abstracto que otorga esperanza. Esto, junto al hecho de que la ciencia y su método sean complejos y completamente antiintuitivos, hace que sea difícil desprendernos de las tendencias supersticiosas, por mucho que el saber y la tecnología avancen.

Portada del libro Historia de la superstición

Tomado de Muyinteresante

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