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Cuba recuerda a Ignacio Agramonte

Publicación: 11 Feb, 2025

Al matrimonio del reconocido abogado camagüeyano Ignacio Agramonte Sánchez y María Filomena Loynaz y Caballer, hija de una de las más distinguidas familias de la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe, no podían ser más venturosas las navidades de 1841, al nacerle su hijo Ignacio, el 23 de diciembre.

Y, ciertamente, el recién nacido justificaría con creces los amores familiares con que le arroparon sus padres. Su vida fue leyenda, aunque parecía destinado a continuar la tradición de abogados ilustres de su padre y tíos, y disfrutar de una acomodada posición en la sociedad colonial de entonces, muy pronto aquel niño demostraría su verdadero destino.

Cuenta una versión muy conocida sobre la niñez de Ignacio, que muy temprano dominó la esgrima, las armas de fuego y la equitación, y en más de una ocasión retó a duelo a españoles por motivos que obedecían a sus impulsos patrióticos.

Con su título y extraordinario talento Agramonte disfrutó de una acomodada posición en la sociedad colonial de entonces, junto al amor de su vida, Amalia Simoni, joven camagüeyana, hija de una de las más distinguidas y ricas familias de Puerto Príncipe, con la que se comprometió.

Contrajeron matrimonio en la mañana del 1ro. de agosto de 1868 en la iglesia de Nuestra Señora de la Soledad, pero pocos él se involucró en la conspiración iniciada por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868: el día 11 de noviembre de ese año, vistiendo una camisa roja de finas rayas negras que le preparó su amada, se fue a la manigua el joven abogado.

Ignacio Agramonte levantó una formidable fuerza con la caballería de Camagüey y contingentes de Las Villas; en tres años y medio participó en más de 100 combates y llevó el arte militar cubano a lugares cimeros con las cargas al machete combinadas con las sorpresas del fuego de la infantería.La madrugada del 11 de mayo de 1873 sorprendió al Mayor General Ignacio Agramonte preparando su próxima batalla en el Potrero de Jimaguayú, a 32 kilómetros al suroeste de la ciudad de Puerto Príncipe, (Camagüey).

Su plan se basaba en una emboscada contra una fuerza superior española utilizando el conocimiento del terreno que tenían los cubanos.

La tropa enemiga se mostró cauta y no se adentró en la emboscada. Según las versiones de la época, Agramonte se percató de eso y para reorganizar sus fuerzas se separó de la caballería y partió con su escolta, pero al cruzar el susodicho terreno, fue herido mortalmente de un balazo en la sien derecha.

Los peninsulares se llevaron el cadáver del El Mayor, lo exhibieron como un trofeo de guerra en una plaza de la urbe y quemaron sus restos para evitar que su tumba se convirtiera en lugar de culto de los cubanos.

Tenía entonces sólo 31 años y, a golpe de valor, audacia y gran talento como estratega y organizador militar, se había erigido como uno de los jefes principales de la Guerra de los Diez Años y ganado un lugar dentro de la inmortalidad en la historia patria.

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