Desde tiempos inmemoriales, la filosofía se ha sumergido en el enigma de la conciencia. Filósofos como René Descartes, el célebre pensador francés, dedicaron gran parte de sus vidas a explorar esta intrincada cuestión, cada uno proponiendo visiones únicas y divergentes sobre la naturaleza de la mente.
Durante siglos, la filosofía se encargó de explorar el enigma de la conciencia. Sin embargo, no fue hasta que la neurociencia, armada con avanzadas técnicas de imagen cerebral, se adentró en este terreno que empezamos a vislumbrar los mecanismos neuronales subyacentes. Como señala Mavi Sánchez-Vives, directora del Instituto de Investigaciones Biomédicas y August Pi i Sunyer (IDIBAPS), la conciencia, antes considerada un tema marginal, ha experimentado un auge sin precedentes en las últimas décadas, convirtiéndose en uno de los focos centrales de la neurociencia contemporánea.
De acuerdo con Johan Frederik Storm, investigador de la Universidad de Oslo, la consciencia, un término con múltiples significados, se ha reducido en la investigación actual a su esencia más básica: experimentar. Ya sea la simple sensación de estar vivo, la percepción de colores y olores, las sensaciones táctiles o incluso los sueños, todas estas experiencias conforman lo que entendemos por consciencia.
Conciencia vs. Consciencia: ¿cuál es la diferencia?
En español, la confusión entre ‘conciencia’ y ‘consciencia’ es frecuente debido a su similitud sonora. Sin embargo, sus significados son muy distintos. La conciencia moral nos permite juzgar la bondad o maldad de nuestras acciones, mientras que la consciencia se refiere a nuestra capacidad de experimentar el mundo.
A la confusión existente entre ‘conciencia’ y ‘consciencia’ se suma la propia Real Academia Española, que en su diccionario considera a ‘consciencia’ como sinónimo de ‘conciencia’ en algunos contextos. Esta ambigüedad se debe a que ambas palabras comparten un origen común: el latín conscientia, que significa ‘conocimiento compartido’.
Más allá de las discusiones lingüísticas, los neurocientíficos se concentran en las bases biológicas de la consciencia. Distinguen entre el estado y el contenido de la consciencia. Según Srivas Chennu, investigador de la Universidad de Cambridge, el estado se refiere a estar despierto o dormido, mientras que el contenido es lo que experimentamos en cada momento, como ver, oír o pensar.
Sueños lúcidos y lesiones cerebrales
Aunque parezca contradictorio, durante el sueño podemos experimentar estados de consciencia intermedios. Los sueños lúcidos, como señala Sadie Witkowski de la Universidad Northwestern, son un claro ejemplo. En estos sueños, las personas son conscientes de estar soñando y, en ocasiones, pueden influir en el desarrollo de la trama. Según Witkowski, la variedad de experiencias conscientes depende de los diferentes niveles de conciencia tanto de nosotros mismos como de nuestra interacción con el entorno.
Para comprender las bases neurológicas de la consciencia, los científicos comparan las imágenes cerebrales de personas sanas con las de pacientes que han sufrido lesiones cerebrales graves. Este tipo de lesiones pueden afectar la capacidad de ser consciente. El neurólogo Brian L. Edlow, que atiende a estos pacientes, ha observado que las evaluaciones neurológicas tradicionales podrían subestimar el nivel de consciencia en algunos casos.
Edlow, director del Laboratorio de Neuroimagen de Coma y Consciencia, advierte que hasta el 40% de los pacientes diagnosticados como inconscientes podrían estar realmente conscientes. Esta alarmante estadística se debe a varias razones: incapacidad para comunicarse verbalmente, debilidad física, sedación medicamentosa y errores en la interpretación de los movimientos. Estas clasificaciones erróneas pueden tener graves consecuencias para los pacientes.
En un estudio publicado en la revista Brain, Edlow y su equipo utilizaron resonancias magnéticas funcionales y electroencefalogramas para detectar signos de consciencia en pacientes con lesiones cerebrales graves que, aparentemente, estaban inconscientes según las evaluaciones clínicas tradicionales. Estos hallazgos sugieren que estas técnicas de neuroimagen podrían identificar a pacientes que podrían beneficiarse de terapias de rehabilitación más tempranas, mejorando así sus posibilidades de recuperación a largo plazo.
¿Dónde reside la consciencia? La búsqueda del yo en el cerebro
Al comparar las imágenes cerebrales de personas sanas y de aquellas con alteraciones en la consciencia, los científicos han descubierto que la experiencia consciente involucra una red compleja de regiones cerebrales interconectadas. Contrariamente a la idea cartesiana de un ‘sitio de la conciencia’, Sadie Witkowski argumenta que la consciencia emerge de la interacción de múltiples áreas cerebrales, funcionando como una orquesta sinfónica.
La consciencia, lejos de ser un fenómeno simple, involucra redes neuronales tanto corticales como subcorticales, siendo el tálamo una estructura clave en este proceso. Según Storm, la consciencia requiere una actividad cerebral compleja, rápida y desincronizada, a diferencia de los estados inconscientes como el sueño profundo o la anestesia. Este conocimiento se basa en siglos de investigación, que se remontan a los experimentos de Paracelso con el éter, y ha llevado al desarrollo de la anestesia moderna, un estado inconsciente que continúa siendo objeto de estudio.
La mente anestesiada: ¿un viaje de ida y vuelta?
Chennu señala que los anestésicos ejercen efectos complejos y variables sobre la consciencia, dependiendo del agente utilizado. No obstante, hay un consenso general: reducen significativamente la comunicación entre las diferentes regiones del cerebro. En un estudio publicado en PLOS Computational Biology, Chennu y su equipo demostraron que la electroencefalografía (EEG) puede predecir la respuesta individual a la anestesia. Al analizar la actividad cerebral previa a la intervención, los investigadores observaron que cuanto mayor era la actividad neuronal basal, mayor era la cantidad de anestésico necesaria para inducir un estado de inconsciencia.
A diferencia de la anestesia, el sueño presenta características únicas. Por ejemplo, durante el sueño, nuestro cerebro sigue siendo capaz de responder a estímulos dolorosos, como un pellizco, lo que demuestra que la consciencia no está completamente apagada. Además, Chennu señala que numerosos procesos cerebrales relacionados con la memoria y el aprendizaje continúan durante el sueño, a diferencia de lo que ocurre bajo los efectos de la anestesia. En palabras del especialista, ‘la anestesia puede parecer un sueño profundo, pero sin sueños’.
Harry Scheinin, líder del grupo de investigación en Mecanismos de Anestesia de la Universidad de Turku, ha enfatizado la necesidad de profundizar en el estudio de la anestesia para diferenciar claramente entre la capacidad de respuesta, la consciencia y la conectividad cerebral. En un estudio reciente, su equipo observó que al despertar de la anestesia, la consciencia más básica, asociada al tálamo y el sistema límbico, se activa antes que las áreas corticales más evolucionadas, lo que sugiere una secuencia específica en la recuperación de la conciencia.
Los anestesistas buscan desarrollar herramientas más precisas para medir la profundidad de la anestesia y prevenir que los pacientes recuperen la conciencia durante una cirugía. Mientras tanto, investigadores suizos y alemanes exploran los límites de la consciencia, estudiando cómo el cerebro procesa información sin que seamos conscientes de ello. Un ejemplo claro es la reacción automática al frenar un vehículo: ¿es un reflejo o una acción inconsciente? Esta pregunta nos lleva a un terreno complejo donde la línea entre lo consciente y lo inconsciente se vuelve difusa.
¿Somos conscientes todo el tiempo?
Un estudio publicado en PLOS Biology sugiere que nuestra consciencia no es un flujo continuo, sino más bien una serie de ‘encendidos’ y ‘apagados’. Según Michael Herzog, director del Laboratorio de Psicofísica de Lausana, existen breves lapsos de inconsciencia entre momentos de plena consciencia. Este modelo desafía la percepción común de que nuestra experiencia consciente es constante.
Los investigadores sugieren que el cerebro procesa la información en dos fases distintas. Inicialmente, de manera inconsciente, analiza las características detalladas de los objetos. Posteriormente, en una segunda etapa consciente, completa este procesamiento y construye una representación mental completa, la cual experimentamos como una percepción consciente. Todo este proceso puede ocurrir en menos de medio segundo.
Un equipo de investigadores ha dedicado más de una década a estudiar la naturaleza de la consciencia. En un estudio reciente, publicado en Behavioral and Brain Sciences, sugieren que nuestra consciencia es más pasiva de lo que creemos. Según estos científicos, el libre albedrío que atribuimos a nuestras decisiones podría ser una ilusión. Ezequiel Morsella, autor principal del estudio, afirma que la generación de nuestros pensamientos conscientes y nuestras acciones está controlada por procesos inconscientes.
La consciencia: ¿un simple intermediario en la red neuronal?
Morsella propone una visión de la consciencia como un mero intermediario en la transmisión de información, similar a internet. Así como internet conecta a personas de diferentes lugares sin resolver sus conflictos, la consciencia permite que diferentes partes del cerebro se comuniquen sin influir en el contenido de esa comunicación. Según esta teoría, la consciencia sería un proceso básico y estático, limitado a transmitir información para controlar nuestros movimientos voluntarios. Aunque esta idea pueda parecer contraria a nuestra intuición, Morsella reconoce que el papel de la consciencia podría ser más pasivo de lo que creemos.
La consciencia ha cautivado la atención de algunos de los científicos más brillantes del mundo. Figuras como Francis Crick, codescubridor de la estructura del ADN, los físicos Leon Cooper y Gerald M. Edelman, el neurocientífico Eric Kandel y el pionero de la neurofisiología Charles Sherrington, todos premios Nobel en sus respectivos campos, han dedicado parte de sus investigaciones a este enigma de la mente humana.
¿Somos dueños de nuestra mente?
El estudio de Francis Crick y Christof Koch, “Consciencia y Neurociencia”, publicado en 1998 en Cerebral Cortex, marcó un antes y un después en la investigación sobre la consciencia. En este trabajo pionero, los autores señalaban que la consciencia había sido un gran misterio para la neurociencia debido a la falta de interés por estudiarla. Según Crick y Koch, esta apatía se debía a que muchos científicos consideraban la consciencia un problema demasiado filosófico o demasiado complejo para ser abordado con las herramientas científicas de la época.
El neurocientífico Christof Koch, quien en colaboración con Francis Crick impulsó el estudio científico de la consciencia, ha logrado avances significativos en este campo. Como director del Instituto Allen para la Ciencia del Cerebro, Koch ha identificado circuitos neuronales específicos vinculados a la experiencia consciente. Aunque estos descubrimientos son prometedores, los expertos coinciden en que la comprensión completa de la consciencia sigue siendo un gran desafío.
En un artículo publicado en The Journal of Neuroscience, los autores revisaron diversas investigaciones sobre la consciencia y las regiones cerebrales implicadas. Destacan la necesidad de fortalecer y consolidar la investigación neurocientífica en este campo, dada la creciente evidencia científica y sus potenciales aplicaciones clínicas. Sin embargo, según el autor principal, Storm, aún no existe una teoría consensuada que explique de manera completa la existencia de la consciencia.
Según Sánchez-Vives, investigar el cerebro es investigar la esencia misma de lo que nos hace humanos. La consciencia, que nos permite reflexionar sobre nuestra propia existencia, es el objeto de estudio más fascinante. Comprender sus bases neuronales es crucial, tanto para la medicina como para responder a preguntas fundamentales sobre nosotros mismos.
Tomado de Muyinteresante
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