Tal vez aquella noche el pecho de Evelia Domenech se encogiera en la cama por un extraño presentimiento. Muy lejos, en un hogar guajiro del Escambray, su hijo Manuel, convertido en integrante de las Brigadas Conrado Benítez, se dispone a impartir su clase nocturna.
Agotado por el trabajo, el hombre de la casa cede el turno de la lección a su muchacho Pedrito, pero no descansa, está pendiente de las letras que aprende el hijo.
Pasan las horas. Y es noche-silencio. En la casa guarira del Escambray, los ladridos de los perros despiertan a Pedro Lantigua, que enseguida se pone en guardia lámpara en mano; Manuel Ascunce, el Maestro casi niño está detrás de Pedro. El hombre de la casa abre la rudimentaria puerta y mira hasta donde la luz le permite. Los bandidos usan uniformes de milicianos, ellos saben que usar uniformes de milicianos abren paso entre aquella gente sin maldad.
En minutos arrastran al campesino hacia el patio. Ahora se vuelven con curiosidad al joven brigadista: “¡Soy el maestro!”, responde Manuel y sentencia su muerte. Los bandidos se llevan a los dos, entre las súplicas de la familia y el lagrimear de los perros.
En el sitio Limones Cantero ocurre el hecho. Bandas de alzados dirigidas y alentadas desde Estados Unidos acuñan con hechos sangrientos sus pretensiones de derrocar la naciente Revolución y ganar méritos para la supuesta instauración de un nuevo gobierno. Asesinan a dos inocentes deliberada y vilmente.
Rubén Zayas Montalbán, juez instructor del caso, deja su testimonio en las sesiones de la Demanda de Indemnización contra Estados Unidos:
Cuando llegamos al árbol, miré a Manuel: pelo negro, algo caído hacia la frente; los labios ennegrecidos. Me llama la atención que no estuvieran sus globos oculares fuera de las órbitas, como sucede siempre en los ahorcados; ello me convenció que lo habían colgado antes de morir.
A su lado estaba Pedro Lantigua: cabellos castaños, algo rojizos; hombre fuerte, el rostro cubierto de manchas, todo rígido, muestras visibles de haber luchado contra sus asesinos y señales de haber sido arrastrado, un surco equitómico en el cuello.
Estados Unidos paga por matar, no así las muertes. La Agencia Central de Inteligencia es su mano derecha. Más bien sus “dos manos aquel 26 de noviembre de 1961 cuando, bajo sus órdenes y auspicio, una banda contrarrevolucionaria llenó de sangre el macizo montañoso del Escambray
Evelia Domenech no tiene consuelo, tampoco lo tiene la familia Lantigua… Pero desde ese día empieza a oírse en miles de voces la digna y prometedora frase de Manuel Ascunce: Yo soy el Maestro.
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