Es lunes y en la Isla de la Juventud amaneció desde antes de asomar el Sol de este día, en cada casa se vivió el ajetreo que tiene lugar cada año. Llegó septiembre y con él la apertura de un nuevo curso escolar.
La familia es tocada por ese suceso que es uno de los más trascendentes en su vida durante un año. Temprano se abrieron los hogares, los de todos los tamaños y estilos, y de ellos salió a llenar las calles una multitud de colores.
En impecables uniformes, con sus mochilas de guardar nuevos libros, una flor para “el Maestro”, y la merienda que alguna mano amorosa colocó en el equipaje, educandos de diferentes niveles de enseñanza, en la localidad pinera, irrumpieron en sus centros escolares.
Es una nube de amigos risueños que viven el reencuentro esperado; algunos que se enfrentan por primera vez a esta experiencia, maestros, auxiliares…, todos con el corazón en modo esperanza, dispuestos para una nueva etapa de sus vidas.
Son unos trece mil alumnos de todos los puntos de la geografía pinera. Contrasta la cifra, contrastan los colores y los abrazos con la realidad y los augurios de algún malintencionado.
Cierto es que las limitaciones materiales golpean, pero está lo esencial, existe lo que deberá superar el déficit de maestros y medios de enseñanza. La calidad profesional y humana de los que están será suficiente para que el curso que inició hoy cumpla las expectativas y sea exitoso.
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