Vivir la canción en tres galas del Concurso Adolfo Guzmán 2024 no fue siempre a plenitud, por un sinnúmero de errores notables para los espectadores. No obstante, valió quedarse hasta el final por la calidad de la mayoría de las obras, tanto como por sus defensas en el escenario.
Escuchar las historias de cada tema, entender las tramas, fue posible en algunos casos, debido al rigor de aquellos cantantes que se esmeran en pronunciar correctamente para que fluya la comunicación.
También resultó importante en ese asunto la orquestación adecuada para que la voz se destacara, mientras los instrumentos sirvieron, únicamente de apoyo y nunca arrebataron el protagonismo al intérprete.
Las trece piezas finalistas tenían labrado el camino desde la presentación. Para el jurado de expertos, y hasta para muchos conocedores dentro de un país tan musical, se podían definir los primeros lugares. Esperar era cuestión de dar mayor emoción al espectáculo.
El virtuosismo de algunos vocalistas fue tan notable que era casi imposible que los encargados de evaluar y decidir pudieran dar otro dictamen.
Simpatías aparte, preferencias por uno u otro de los cantantes, la realidad se nutre para los especialistas de conocimientos profesionales, no de gustos y criterios a priori.
Como no soy experimentada, traté de ser coherente, de conciliar mis predilecciones con recuerdos del Concurso Adolfo Guzmán en ediciones anteriores, para encontrar un camino certero hacia lo que merecía los mejores elogios.
Tal aprendizaje pesa en la memoria y conlleva contextualizarlo. Un certamen del más alto nivel de exigencia en la música cubana está obligado a hilar fino y, aunque no todos los premios fueron para canciones, sí para excelentes defensores del arte sonoro de esta época en la isla.
Particularmente, quedé muy convencida de que el Gran Premio tenía que ser para Aly Ríos. Nadie me estremeció tanto y con la mayor serenidad, con dominio pleno de su actuación y del lugar donde se encontraba. Brilló, cual estrella que es.
A Alwin Damián y su magnífica interpretación de una balada hermosa pero compleja, lo sentí enorme en su personaje y aposté a él. No me hizo quedar mal.
Igualmente me ocurrió con Karel Dorado Bartuti. Fue aplastante su defensa. Uno de los dos primeros lugares le pertenecían.
No me ocurrió idéntico con el tercer premio, porque no era canción y pensé que ese pormenor podía ser obstáculo. Eso sí, Yerián Luis Milián, Azuquita de Cuba, se robó el show desde su salida al escenario. La guajira son en su estilo fue una gran fiesta, que lo hizo merecedor del favor de las mayorías, por su calidad y carisma sobradas.
Por otra parte, el premio a la mejor orquestación fue maravilloso que coincidiera con el arreglista del tema vencedor de la cita. Muy bien para el Maestro Emilio Vega.
La canción, razón de ser del Concurso Adolfo Guzmán desde su surgimiento, volvió a triunfar y he ahí el detalle que no solo da mérito, también exige nuevas ediciones y mayor rigor para que desde la sencillez, gane la elegancia de un espectáculo del más alto prestigio.
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